- - - perdidos leemos aquí­, ahora.

Jose Trigo

José Trigo: En busca del México perdido


El mexicano no es una esencia sino una historia.
...llegamos tarde a todas partes, nacimos cuando ya
era tarde en la historia, tampoco tenemos un pasado o,
si lo tenemos, hemos escupido sobre sus restos.

Octavio Paz, Posdata.


La historia depende de la memoria de los pueblos. No puede ser sin ella: si es olvidada, simplemente desaparece. Del mismo modo, un pueblo que ignora su historia, por breve que sea, no puede insertarse en el dinamismo de la humanidad, pues se perdería irremediablemente entre la confusión de mestizajes, colonialismos, influencias, guerras, cosmogonías, ideas. La pérdida de la conciencia histórica representa la pérdida de las raíces. ¿Cómo puede salir avante una nación que conscientemente desecha su pasado cultural? ¿Cómo puede ser combativa, si su Estado establece versiones oficiales de la historia muy lejanas a la realidad?

“Todas las historias de todos los pueblos son simbólicas [...]: la historia y sus acontecimientos y protagonistas aluden a otra historia oculta, son la manifestación visible de una realidad oculta” (Paz, 1979: 114). Sin embargo, los testigos no siempre son los cronistas. Entre lo que ven y lo que piensan se yergue un muro represivo. Es aquí donde entra la literatura, en este espacio entre lo visto y lo pensado, para otorgar un lenguaje: la metáfora. Y es con la metáfora, con esta traslación del sentido, como puede enunciarse la realidad; aunque debe aclararse que con la metáfora no se pretende romper la realidad mexicana, sino la manera en que ésta se ha venido expresando. Los discursos oficiales, aunque en apariencia defienden la unidad nacional, o el nacionalismo, en realidad abogan por una idea de progreso que literalmente barre con el pasado cultural. Se trata de un nacionalismo vacío, sin fundamento, que toma como bandera a la Revolución de 1910, pero sin tener realmente un compromiso con ella. Pura demagogia para atrapar incautos. Pero el escritor, que en medio de sus ficciones es honesto, ofrece alternativas, y posiciona su discurso frente al discurso oficial, desenmascarándolo.

Como dice Bartra (1987), lo mexicano es una entelequia artificial: en la realidad concreta no existe. “El carácter de México, como el de cualquier otro pueblo, es una ilusión, una máscara”, sostiene Paz (1979: 113), “al mismo tiempo, continúa, es un rostro real”. La construcción del carácter mexicano responde a la inquietud de establecer una unidad nacional. “Lo mexicano, dice Bartra, constituye una expresión de la cultura política dominante”. Es decir, la cultura política dominante decide qué es lo mexicano, tomando y manipulando lo que le conviene, dejando lo que no le sirve. Aunque puedan localizarse conductas típicas, lo importante no es averiguar qué es lo mexicano, lo que importa es tener en claro el origen de nuestro pasado cultural. Sin historia no hay nación, sólo gente reunida en un mismo lugar.

Y es la búsqueda del pasado cultural lo que mueve a José Trigo, de Fernando del Paso. Teniendo como situación anecdótica la Guerra Cristera y el movimiento ferrocarrilero de 1960, la novela se mueve entre el pasado y el presente; y, además, se desarrolla en ese ir y venir de José Trigo, y la búsqueda de éste. De hecho, la búsqueda de José Trigo es el tema central de la novela, pues este personaje resulta ser el eslabón que une al pasado y al presente mexicanos. José Trigo no es sólo un hombre que saltó de un tren en movimiento y que cambia de zapatos por accidente, es un hombre que huye y que es buscado, un hombre que camina a lo largo de un eje sincrónico dejando huellas de sus pasos, dejando indicios para ser encontrado, aunque tema a la muerte. José Trigo viene de un pasado cósmico a alterar el orden de las cosas. Es aciago y no puede ser ignorado. Es ese otro pasado mexicano devorado por el progreso.

En la historia de las naciones siempre hay secretos que se van relegando a la oscuridad, como el movimiento estudiantil de 1968 o el de 1971. Hay un México perdido en México, un México diluido en el México oficial. Fernando del Paso intuye la presencia de ese México marginal, translúcido, murmurador, y lo muestra. Pero como es casi inasible, precisa de un contexto en donde colocarlo; para que cuando el viento sople, México no se vaya volando.

La búsqueda del pasado cultural tiene como contexto un movimiento social: el de los ferrocarrileros, acaecido en 1960 [1]. Dicho movimiento no fue aislado: maestros, petroleros, telegrafistas, y otros sindicatos de trabajadores, también se manifestaron contra sus autoridades respectivas2. La demanda principal era el aumento de los salarios. El movimiento, insertado en la novela como contexto, funciona, a la vez, como pretexto para enunciar la idea de un pasado olvidado frente a un apabullante presente, puesto que el movimiento a la larga fue derrotado y acallado con discursos oficiales; y no sólo eso: Nonoalco-Tlatelolco, el lugar de los hechos, se transformó, dejó de ser albergue de tugurios para erguirse como un conjunto habitacional en lo que hoy es la Plaza de las Tres Culturas. Las centrales ferrocarrileras se desmantelaron, y del movimiento no quedó ni un recuerdo, más que periódicos y libros que ya nadie lee.

El movimiento ferrocarrilero, según Antonio Alonso (1979: 10), tuvo sus orígenes en el fracaso de la Revolución, o mejor dicho, en el fracaso de ésta como revolución social, pues como revolución política tuvo más éxito. Las masas populares que le dieron fuerza, los campesinos, se convirtieron en obreros: no modificaron su realidad socioeconómica, únicamente la desplazaron. La lucha de clases, por tanto, se recrudeció en los sindicatos. Los ferrocarrileros desconocieron a sus dirigentes y organizaron votaciones para establecer a aquellos que los apoyaban en su lucha por el aumento de salarios3, aunque debe destacarse que

La lucha entrañaba una dualidad de propósitos: sus objetivos
no eran estrictamente económicos; el conflicto aparecía
además como una incipiente (pero auténtica) lucha de la
clase obrera. Sus objetivos consistían, por un lado, en lograr
el aumento de salarios, y por otro, en conseguir la revocación
de los dirigentes que los habían traicionado. (Alonso, 1979: 116)


En la novela, el ambiente ferrocarrilero es escenografía constante. Todo sucede entrecruzado con las vías del tren. Desde el momento en que yo llega a Nonoalco-Tlatelolco, caminando por las vías preguntando por José Trigo, la perspectiva de las vías perdiéndose en el horizonte invade el ánimo de los personajes:

Me miró o no me miró porque el sol -¿o la luna?- le daba
en los ojos y yo estaba en sus ojos caminando entre las vías
oxidadas de durmientes podridos donde hacía mucho tiempo
no corrían los trenes de carga que desde mil novecientos
veintiocho llegaban a la antigua estación de Nonoalco [...]
yo cada vez más grande en sus ojos, él cada vez más grande
en los míos, y los dos que nos miramos y yo que le pregunto:
¿José Trigo? (del Paso, 2000: 12)4


De donde debían de venir los trenes, llegaban hombres. Entre ellos José Trigo.

El ferrocarril es un motivo importante en la novela, ya que también representa un elemento de la historia mexicana que se ha perdido. En el capítulo 8 de la primera parte, se canta a la gloria del ferrocarril: una oda (oda o corrido, valona, tonada, inventario, romanza, aria) que alude a la grandeza de esta máquina como medio de transporte, de comunicación y de comercio. Adonde va el tren van las civilizaciones, adonde va el tren va el progreso.

Y el ferrocarril creció y se extendió, y a su vera nacieron
pueblos que si bien en un principio estaban formados por
tambarrias, garitos o cantinas –se diga como se diga-, y
poblados por gente de gallaruza, por niños correntones con
ropa crecedera, fueron después grandes y prístinas ciudades.(2000: 222)


Pero el ferrocarril no fue únicamente de uso oficial, también tuvo un uso subversivo durante la Revolución; por lo tanto, es un elemento que une a los dos Méxicos, pero que se queda con el marginal, pues el tren, pasados los años, fue desechado como limosna para las masas populares.

Porque la Revolución se hizo en tren.
Porque astilleras y portas fueron las ventanas del tren. Troneras
fueron las puertas del tren. Escudos fueron las ruedas del tren.
Baluartes fueron las locomotoras del tren. Paredones fueron los
vagones del tren. Cuarteles fueron las estaciones del tren. Y pa-
rapetos las plataformas, trincheras y barbacanas los terraplenes,
loberas las góndolas del tren. (2002: 231-232)


Con el tiempo, el oficio del ferrocarrilero fue decayendo. No sólo se perdió un medio de transporte, también se perdió un grupo social. Fernando del Paso metaforiza la perdida del pasado cultural con la lucha infructuosa de los ferrocarrileros. En la novela, el movimiento ferrocarrilero estalla ya muy avanzada la narración, casi al final, porque el movimiento en sí no es lo más importante. Lo que importan son los motivos, no el suceso; importa su injerencia en una cadena de eventos, lo que le antecede y lo que le sucede.
En la novela, el movimiento de los ferrocarrileros tiene su líder en Luciano, nieto de la vieja Buenaventura y del viejo Todolosantos:

15 de enero de 1960
Son escogidos los dirigentes de las secciones del Sindicato
de Ferrocarriles, de ternas finalistas por cada sección. Se
designa a Luciano como representante idóneo de la sección
correspondiente a Nonoalco-Tlatelolco. ¿Cumplirá su come-
tido? Sí, se compenetrará de sus obligaciones. Mar de la
Serenidad. (Del Paso, 2000: 127)


A lo largo de la narración, se refiere cómo Luciano se involucra en el Sindicato y con la causa de los ferrocarrileros. Ya antes había vivido, en el volcán de Colima, la guerra Cristera, donde su abuelo Todolosantos se convirtió en líder de un grupo de cristeros. Ser líder le toca como una herencia, como una predestinación, pero es un líder de las causas perdidas, mártir de lo imposible. Más aún si su muerte no fue por la causa, sino por vanidad, es decir, fue una muerte individual y no colectiva. Pero su muerte, a manos de Manuel Ángel, fue el estímulo que necesitaban las masas. La caída del líder hizo que los ferrocarrileros actuaran; aunque sin líder, no pudieron llegar muy lejos.

El levantamiento ferrocarrilero se ubica en Nonoalco-Tlatelolco, lugar que ha padecido, a lo largo de su historia, de cruentas batallas, tanto físicas como ideológicas. Es el sitio del enfrentamiento, el espacio donde los contrarios se encuentran. Primero, los aztecas y los españoles; después, la burguesía y el proletariado; por último, los estudiantes y el aparato opresor del gobierno. Nonoalco-Tlatelolco es el campo de batalla, es el sitio idóneo para buscar los restos de la cultura, pues es “una de las raíces de México” (Paz, 1979: 148) José Trigo no venía llegando, venía de regreso. Venía con el peso del México ignorado. Venía a incomodar con la verdad.

Desde su fundación en 1337, Tlatelolco estuvo enmarcada por la disidencia: un grupo mexica la fundó buscando su independencia de Tenochtitlan. Su mismo origen denota rebeldía, oposición a la estructura oficial. Pero como lo marginal siempre es minoritario, Tlatelolco fue asimilada de nuevo por Tenochtitlan. Fue en esa ciudad, en el Templo Mayor, donde se ejecutó la matanza de indígenas, durante la fiesta de Tóxcatl5. Pero esta matanza, ejemplo de la barbarie española, casi no se menciona en discursos oficiales, pero sí apuntan que en 1521, se libró la última batalla entre aztecas y españoles, en Tlatelolco. Tras haber sido derrotados, los españoles se fortalecieron y tomaron la Plaza Mayor, en donde había “siete altos cues y adoratorios” (Crónicas de la Conquista, 1987: 148). Durante la época colonial, la zona prehispánica fue ofuscada por la arquitectura europea, pues

...habrían de construir la nueva ciudad sobre la ciudad
vieja, los nuevos templos sobre los templos viejos, y las
nuevas enfermedades y dolencias del espíritu y de la carne
sobre las ruineras y destemples viejos. (2000: 272-273)


El mundo indígena sobrevivió como vestigios, como sombra de sí mismo. Se permitió que algunos templos quedaran de pie, al fin que ya habían sido saqueados, al fin que ya nadie los visitaba. Entonces, se erigió la iglesia católica: el templo de Santiago Tlatelolco, que fue construido

... aprovechando el material que suministró la gran pirá-
mide de Tlatelolco y gracias a la riqueza que fue encon-
trada en los cimientos del gran templo de Huitzilopochtli
y Tezcatlipoca. (Conjunto Urbano, 1963: 148)


Ya en el siglo XX, a principios de los años sesenta, el Presidente López Mateos consolida su proyecto “Conjunto Urbano Nonoalco-Tlatelolco”6. De esta manera llegó el progreso a México, dividiéndolo, como propone Paz, en dos: en un México desarrollado y un México subdesarrollado. “La porción desarrollada de México impone su modelo a la otra mitad, sin advertir que ese modelo no corresponde a nuestra verdadera realidad histórica”. (1979: 107) Se urbanizó la zona en donde ocurre la novela, desmantelando las centrales ferrocarrileras7 y reubicando a los habitantes en edificios de departamentos. Además, se demolió el viejo puente de Nonoalco, y en su lugar se construyó un paso a desnivel. Por supuesto, hay que mencionar la Torre- Insignia de 127 metros con forma de punta de lanza: una nueva pirámide para no resentir la perdida de las anteriores. Así, Nonoalco-Tlateloloco, “la tierra de José Trigo” (2000: 270), desapareció, y José Trigo con ella.

Ciento cuarenta y cinco edificios. ¿Y los furgones, las peri-
queras? Ochenta mil habitantes. ¿Y los ferrocarrilenses?
Escaleras de granito por donde escurre el agua jabonosa.
¿Y las bañeras de aluminio? Revestimientos de lámina
acrílica y resinas poliestéricas. ¿Y los tablerámenes rojos
y verdes, carcomidos, las macetas con campánulas, el
cuartel, el orfanatorio? (2000: 502)


Es en este contexto y en este espacio donde se lleva a cabo la búsqueda de José Trigo.
José Trigo es antiquísimo. Cósmico. Fruto de un pensamiento remoto, del mismo que construyó pirámides, del mismo que esculpió en ellas los símbolos de su representación. Por este motivo, Fernando del Paso propone una estructura piramidal8, la cual logra por medio del orden ascendente y descendente de los capítulos –del 1 al 9, y del 9 al 1-, ubicando, entre los dos órdenes, una parte intermedia que funge como el espacio donde éstos convergen. Cada capítulo de un orden, a su vez, se corresponde con su homónimo –si es permisible llamarle así- del otro orden, tanto en estructura como en temática.
La estructura piramidal posee una connotación importante en la búsqueda del pasado cultural. Paz afirma que “México se levanta entre dos mares como una enorme pirámide trunca” (1979: 117), esto es, que las pirámides mexicanas dan la impresión de estar incompletas porque no apuntan hacia el cielo. Pero sólo es una impresión, en realidad están completas, porque con su diseño abrazan la totalidad del espacio:

Arquetipo arcaico del mundo, metáfora geométrica del
cosmos, la pirámide mesoamericana culmina en un espacio
magnético: la plataforma-santuario. Es el eje del universo,
el sitio en que se cruzan los cuatro puntos cardinales, el
centro del cuadrilátero: el fin y el principio del movimiento.
(1979: 117)


La búsqueda de nuestro pasado (del pasado que no pasa) nos remonta a la pirámide, síntesis del pensamiento indígena. Dicho pensamiento estaba regido por el culto solar, cuya continuidad precisaba de la sangre de los prisioneros de guerra. El sacrificio perpetuaba la dominación del Quinto Sol, es decir, la dominación del Imperio Azteca. Al llegar los españoles, Moctezuma le heredó el poder de la nación mexicana a Cortés, ya que lo confundió con Quetzalcoatl. El Imperio de la pirámide continuó, sólo cambio de emperadores.


La pirámide revela la existencia de un pensamiento indígena que se filtra sutilmente en todos los sucesos de la historia de México. En la narración, José Trigo es el infiltrado, el extraño, el excéntrico que a cada revés de fortuna cambia de zapatos, pero que trae en sí el germen de las cosas antiguas. Los habitantes del campamento Oeste lo rechazan, como rechazan a la pirámide-pensamiento sin darse cuenta, y sin darse cuenta tampoco de que la pirámide siempre está ahí, sosteniéndoles el vaivén de su historia. Así, tanto en el orden ascendente como en el descendente se manejan dos hechos de carácter histórico: la Guerra Cristera y el movimiento ferrocarrilero de 1960, además de desarrollarse el drama de José Trigo, de Luciano, de Eduviges, y del resto de los personajes que habitan en los campamentos Este y Oeste ubicados en Nonoalco-Tlatelolco.

La parte intermedia, que está escrita a manera de leyenda azteca, es el sitio donde se develan los roles de los personajes y donde todas las situaciones de la novela se intersectan. La cosmogonía azteca sirve, pues, de punto de encuentro entre los dos órdenes, pero no sólo eso: es su punto de origen: de ella vienen y a ella regresan.

Comencé con una flor. Flor de oro, crisantema, flor de oro
en rama dorada que como muérdago enlaza a todos los ár-
boles y a todas las leyendas del mundo, porque árboles son
el Pino, el Naranjo, el Fresno y el Cedro, ya aquí tienen sus
leyendas, aquí en Nonohualco, en Nonohualico, el lugar
habitado, todo junto a las aguas. (2000: 245)


Por tanto, la búsqueda de José Trigo debe entenderse como la búsqueda del pasado cultural mexicano, el cual se encuentra expresado en las leyendas aztecas. De hecho, José Trigo, como personaje que huye, se relaciona con Xólotl, dios azteca renuente a la muerte, y que por miedo a ella se metamorfosea en maíz, maguey, guajolote, tejolote, ajolote. Xólotl es, además, el hermano gemelo o una especie de alter ego de Quetzalcoatl, que en la novela se representa en Luciano, el líder de la sección ferrocarrilera de Nonoalco-Tlatelolco9. Entonces, José Trigo y Luciano están ligados, sus existencias van paralelas, pues son representaciones de una misma deidad; y cada uno de ellos, en conjunto o por separado, es un elemento de la cultura mexicana que se ha perdido. Buscar a José Trigo, no obstante, no es buscar a Luciano, ni encontrar a Luciano es encontrar a José Trigo; pero, de algún modo al buscar al primero se busca al segundo; y al encontrar al segundo se encuentra al primero.


La búsqueda de José Trigo se materializa en una pregunta:

¿José Trigo? (2000: 11)

¿Quién hace esta pregunta? Yo. Un yo que se traspasa a cada uno de nosotros a través de la lectura. Es un juego de Del Paso. Leemos en primera persona, entonces nos leemos. Somos el narrador: yo soy Yo. Yo busco a José Trigo en Nonoalco-Tlatelolco, en su México perdido que también es mío, pero lo había olvidado. Ahora lo recuerdo, y quiero recuperarlo, pero José Trigo se escabulle, no puedo alcanzarlo.


Que yo pregunte por José Trigo. Que pregunte y me digan:
la madrecita Buenaventura sabe su historia. Y que yo pre-
gunte por la madrecita Buenaventura y que me digan: éste
es el camino, camine por las vías. Y que yo camine por las
vías y pise los balastos de escoria de los altos hornos, los
balastos de cenizas de las Casas Redondas que brillan como
pavesas en esta noche de estrellas que vienen del Norte y del
Sur. (2000: 409).


José Trigo siempre está en movimiento, por eso es difícil de alcanzar. La parte intermedia, el puente, se une con cada una de las partes gracias al caminar de José Trigo entre ellas. José Trigo cruza el puente, y al hacerlo, cruza por los trece cielos de la cosmogonía azteca. De este modo, se inserta en el orden cósmico y le son revelados todos los secretos. Ve a Luciano como Quetzalcoatl, a Manuel Ángel como a Tezcatlipoca, a Buenaventura como Nanantzin. Descubre el pasado indígena y se convierte en el eslabón que une ese pasado luminoso con nuestra realidad tergiversada.

Entonces yo lo veré y seré testigo, yo que seré (me dijo y
me dijeron los nueve señores de la noche, los trece pájaros
del día), José Trigo: todo ojos, todo ver para creer. (2000: 255)


Pero José Trigo sale huyendo “con la ligereza del venado” (Mitos aztecas: 71) cuando presencia el asesinato de Luciano, perpetuado por Manuel Ángel, su acérrimo rival.

¿Agitado? ¡Agitadísimo, convulso! ¡Y cómo no! Si ape-
nas caía Luciano, Manuel Ángel vio a José Trigo, que los
estaba viendo. Más tremulento que si tuviera malaria, mos-
co maromero, o de pie en una tembladera. Y ándale, José
Trigo. ¡Corre! ¡Calcorrea! ¡Desálate! ¡Exhálate! ¡Pica sole-
ta! Que en esto te va la vida. Y lo correteó, lo persiguió un
trecho. Afortunadamente, venía un tren, pasaría bajo el –
Puente de Nonoalco. José Trigo saltó las vías a tiempo.
(2000: 469)


Y se va con la carga del México antiguo, del México enterrado, aplastado por iglesias y edificios. Se va escapando de la muerte segura a manos de Manuel Ángel, como lo haría Xólotl, el dios fugitivo. Según una versión de la leyenda del Quinto Sol, Xólotl fue el único dios que se rehusó a ser asesinado para dar dinamismo a los astros recién creados: el sol –Nanahuatzin- y la luna –Tecuciztecatl:

Luego fue oficio de Ehecatl dar muerte a los dioses. Y como
se refiere, Xólotl no quería morir. Dijo a los dioses:
- ¡Que no muera yo, oh dioses!
Así lloró mucho, se le hincharon los ojos, se le hincharon los
párpados.
A él se acercaba ya la muerte, ante ella se levantó, huyó, se
metió en la tierra del maíz verde, se le alargó el rostro, se
transformó, se quedó en forma de doble caña de maíz, dividido,
la que llaman los campesinos con el nombre de Xólotl. Pero –
allá en la sementera del maíz fue visto. Una vez más se levantó
delante de ellos, se fue a meter a un campo de magueyes. Tam-
bién se convirtió en maguey, en maguey que dos veces perma-
nece, el que se llama maguey de Xólotl. Pero una vez más tam-
bién fue visto y se metió en el agua y vino a convertirse en
ajolote, en axolotl. Pero allí vinieron a cogerlo, así le dieron
muerte. (León Portilla, 1984: 65)

Según otra versión (Mitos Aztecas: 71-74), Xólotl fue el último dios azteca del antiguo orden, en el que reinaban las deidades de forma animal. Con la llegada del Quinto Sol, dio inicio una nueva era, en la que los dioses eran los astros del cielo. Pero para que diera inicio la nueva etapa, los dioses anteriores debían morir. Xólotl huye, siendo el último vínculo con la cultura anterior, o con el orden anterior. Del mismo modo, José Trigo huye de su muerte, porque su muerte supondría la desaparición del único enlace con nuestro pasado cultural. La diferencia entre Xólotl y José Trigo es que el segundo no se metamorfosea, pero sí deja rastros de su paso: los zapatos. De hecho, esa es la transformación de José Trigo: el cambio constante de zapatos.

1º de abril de 1960
He aquí que José Trigo lleva a cabo un esfuerzo titánico y salta
de un tren donde olvida sus zapatos llenos de picaños, y campa
de golondro en el furgón de Eduviges.
4 de abril de 1960
Jaula en mano, sale José Trigo, cantimpla y pánfilo, del furgón
de Eduviges al tercer día de su estancia, estrenando grandes
zapatos viejos con plantillas nuevas. (2000: 147)
2 de noviembre de 1960
José Trigo lleva una caja, por segunda vez, a los Funerales Pes-
cador. Mira, con sus ojos reventones como ovezuelos, algo que
lo perderá, que lo hará abandonar estos campamentos. ¿Muerto?
¿Vivo? Quién sabe. Ese día pierde un zapato.
3 de noviembre de 1960
José Trigo encuentra, en un basurero, un zapato de color café.
Se lo calza. [...] Ahora tiene un zapato de un color y otro de
otro, el excéntrico. (2000: 365)


Pero la relación entre Xólotl y José Trigo se torna más evidente cuando el paralelismo entre José Trigo y Luciano aparece. La vida de Luciano se complica en 1960, el año en que llegó José Trigo al Campamento Oeste. José Trigo es un ave de mal agüero, y su año fue un año aciago. “Desde que llegó ese hombre nos sucede lo peor” (2000: 187), dice la gente. Y aunque Luciano no le presta mucha atención a José Trigo, ni José Trigo a Luciano, hay algo elemental que los une: cruzaron el mismo camino, los dos atravesaron los trece cielos para pasar de un campamento al otro, sólo que Luciano lo cruzó primero, luego José Trigo, como siguiendo sus pasos para presenciar su muerte.

De acuerdo con Bartra, Xólotl es el doble de Quetzalcoatl, por lo que existe una tercera versión de la leyenda de Xólotl, y es la siguiente:

Hay otra versión de este mito, que algunos historiadores
consideran más antigua, según la cual Xólotl fue el encar-
gado de sacrificar a los dioses, abriéndoles el pecho con una
navaja, después de lo cual se mató a sí mismo. (1987: 99)


De este modo, Xólotl queda como el protagonista de la leyenda, y no como un dios cobarde, con lo que se trastoca ligeramente el discurso oficial de la leyenda del Quinto Sol10. Y es que hasta las leyendas indígenas han sido manipuladas11. Quetzalcoatl ha pasado a la historia como la máxima deidad del mundo precolombino, y sin duda lo fue. Pero lo que no se aclara es que esta misma deidad tuvo varias representaciones: como el lucero de la mañana o Venus, como el sol, Tonatiuh; como el Señor de los Muertos, Mictlantecuhtli, como el viento, Ehecatl, como la serpiente emplumada, Quetzalcoatl; y como un ser oscuro y débil que habita en el País de los Muertos o Mictlan, Xólotl. Xólotl es la representación menos gloriosa de Quetzalcoatl, pero no por ello menos valiosa. Dice Séjourné:


Parecería entonces que Xolotl, al cual incumbe la tarea
ingrata de afrontar la realidad última, es la crisálida [...]
de la futura Estrella Matutina. La imagen de la crisálida
no tiene nada de gratuito porque, además del aspecto in-
forme y larvado bajo el cual siempre se representa a este
oscuro personaje, existe la circunstancia de que la maripo-
sa, signo del fuego, es uno de los emblemas del alma.
(1984: 158)


Luciano-Quetzalcoatl ,al ser asesinado, ingresa al Mictlán, donde se convierte en Xólotl. Ahora bien, José Trigo es testigo de la muerte de Luciano: Xólotl está ahí cuando Quetzalcoatl cae. En ese preciso instante, Xólotl asume su función de proteger el espíritu del lucero de la mañana, hasta que amanezca. Pero es necesario entender que Quetzalcóatl siempre es Quetzalcoalt, sólo que se transforma. En la novela, al percatarse Manuel Ángel de que José Trigo lo ha visto, lo persigue, y luego lo busca, como buscó a Luciano para matarlo. Es decir, José Trigo tiene que lidiar con su fuga y con la fuga de Luciano, lo cual es lógico puesto que el primero le trajo la desgracia al segundo.

José Trigo-Xólotl, es el México marginal que se va colando como el viento (Ehecatl) entre los discursos oficiales. Luciano-Quetzalcoatl, sin proponérselo, se convierte en el héroe de los ferrocarrileros, quienes malinterpretan su deceso, y lo mitifican.

El miedo fue desmoronando el coraje que se había levantado
entre ellos tan alto como una montaña. Piedra por piedra, pa-
labra por palabra se fueron cayendo desde su boca hasta el –
fondo de sus tripas. Todas las palabras que habían tenido en
la punta de la lengua: “Veánlo”, “Es Luciano”, “Está muerto”,
“Esos cochinos se han vengado”, se fueron cayendo y amon-
tonando y formando otra montaña: algún día iban a asomar-
se otra vez, iban a decir: “Nos vengaremos de esos cochinos
porque está muerto. Es Luciano. Veánlo”. (2000: 488)


Así, Quetzalcoatl pasa a la historia mientras que Xólolt sigue huyendo, con nuestro pasado cultural a cuestas y con los vestigios del México antiguo, del México que sopla murmullos que cosquillean la imperturbabilidad de las altas esferas. Del México que es viento y que canta con volutas.

Y nosotros lo seguimos buscando.


Jessica Nieto Puente




[1] Antonio Alonso (1979) lo ubica en 1958-1959.

[2] “...los telegrafistas iniciaron actos de tortuguismo como protesta porque no se había hecho caso a una petición de aumento de salarios que habían presentado desde septiembre de 1957. [...] La huelga estalló el 6 de febrero, afectando a 723 oficinas del país”. (Alonso, 1979: 102). “El ocho de abril, los petroleros tuvieron una muy agitada asamblea: estaba a discusión si se aceptaba una prórroga al contrato colectivo de trabajo, como proponían la empresa y el líder del sindicato, Felipe Mortera Prieto. Varios obreros se oponían a tal prórroga”. (179: 105). “Mientras esto ocurría, el mismo 12 de abril los maestros de primaria fueron desalojados del Zócalo por la policía del DF. Eran los partidarios de Otón Salazar. Se proponían hacer un mitin en el edificio de la SEP, para insistir en una demanda de un aumento del 40% de sus salarios, que habían presentado desde hacía 20 meses. Como encontraron cerrado el edificio de la SEP, se dirigieron al Zócalo, donde tampoco pudieron llevar a cabo su mitin”. (1979: 105-106)
[3] Los ferrocarrileros demandaban el aumento a $350. El 26 de junio de 1958 iniciaron los paros de labores, a pesar de las amenazas de la empresa. La demanda se rebajó a $250, y luego a $215, pero para entonces, los paros ya habían causado estragos en la economía nacional por $3,500, 000 en 12 horas de inactividad. (Alonso, 1979: 115-117).
[4] Del Paso, Fernando. (2000). José Trigo. Palinuro de México. Obras completas Tomo I. FCE: México. Todos los fragmentos utilizados como ejemplos son de la novela. En adelante, sólo se indicará el número de página entre paréntesis al final de cada fragmento.
[5] “Pues así las cosas mientras se está gozando de la fiesta, ya es el baile, ya es el canto [...] en ese preciso momento los españoles toman la determinación de matar a la gente. [...] Vienen a cerrar las salidas, los pasos, las entradas [...]. Dispuestas así las cosas, inmediatamente entran al Patio Sagrado a matar a la gente [...] Al momento a todos acuchillan, alancean a la gente y les dan tajos, con las espadas los hieren.” Visión de los Vencidos, 2002: 78-79.
[6] Este proyecto fue publicado como libro por el Banco Nacional Hipotecario, en 1963. En éste se muestran planos, presupuestos, así como una justificación histórica del proyecto. En el preámbulo se sostiene que “ ‘Una revolución pacífica evita la revolución violenta’, ha dicho el señor Presidente de la República, licenciado Adolfo López Mateos. La construcción de grandes conjuntos urbanos, como Nonoalco-Tlatelolco forma parte de la revolución pacífica emprendida con firmeza por el actual régimen, porque su finalidad no es el embellecimiento de la ciudad, aunque éste también se obtenga, sino, sobre todo, dotar a los grupos económicamente débiles de la población de la vivienda que necesitan para llevar una existencia decorosa, digna y saludable.” (1963: 7). Hay que tomar en cuenta que se trata del discurso oficial; y en éste mismo se encuentran alusiones procolonialistas que impiden que se sostenga la idea de la unidad nacional.
[7] “Como van a retirarse los talleres del ferrocarril, sus trabajadores no nos interesan para el proyecto” (1963: 20).
[8] José Luis Martínez la explica de la siguiente manera: “La novela está concebida en dos grandes secciones, una ascendente del capítulo uno al nueve; y otra descendente, de capítulo nueve al uno, entre los cuales hay un intermedio, ‘El puente’. El ascenso, el descanso y el descenso de esta pirámide no son solamente un diseño del México antiguo y el esquema vital de toda historia. Cada capítulo de la primera parte se corresponde, como un reflejo invertido, en otro capítulo de la parte descendente”. (1981: 204)
[9] Aunque en la novela se designa al albino –hijo de Buenaventura y el viejo Todolosantos- como Xólotl, ya que es medio hermano de Luciano, la relación que establezco entre éste y José Trigo responde no a lazos familiares sino a una relación semántica, de sentido.
[10] “Las dos versiones de la leyenda son aparentemente opuestas; pero recordemos que Xólotl es una encarnación o un doble de Quetzalcoalt, dios del viento; y es –en la primera versión- precisamente el aire (Ehécatl) quien mata a los dioses (y quien da vida al sol), mientras que en la segunda versión es el propio Xólotl –gemelo de Quetzalcoatl- quien sacrifica a los dioses. Y precisamente el autor de esta segunda versión –fray Andrés de Olmos citado por Mendieta- es quien asigna a Xólotl el papel protagonista en la leyenda sobre el origen de la humanidad, mientras que en las versiones más conocidas es Quetzalcóatl quien desciende al reino de los muertos en busca de los huesos de los hombres, para robarlos y darles vida de nuevo”. (1987: 99-100)
[11] Y no sólo por lo políticos actuales. Desde la consolidación de su imperio, los aztecas, que habían sido un pueblo opresor , modificaron los códices para aparecer como descendientes de los toltecas y no de los chichimecas: “...el tlatoani Izcoatl, aconsejado por el célebre Tlacaélel, el arquitecto de la grandez mexica, ordenó la quema de los códices y documentos antiguos así como la fabricación de otros destinados a probar que el pueblo azteca era el descendiente de los señores de Anáhuac”. (Paz, 1979: 137)






Bibliografía
- Alonso, Antonio. (1979). El movimiento ferrocarrilero en México. Ed. Era: México.
- Bartra, Roger. (1987). La jaula de la melancolía. Identidad y metamorfosis del mexicano. Ed. Grijalbo: México.
- Conjunto Urbano Nonoalco-Tlatelolco. (1963) Banco Nacional Hipotecario: México.
- Crónicas de la Conquista. (1987) Selección de Agustín Yánez. UNAM: México.
- Del Paso, Fernando. (2000). José Trigo. Palinuro de México. Obras completas Tomo I. FCE: México
- León-Portilla, Miguel. (1984) Literaturas de Mesoamérica. SEP Cultura: México.
- Martínez, José Luis. (1981) “Nuevas Letras, nueva sensibilidad”, en La crítica de la novela mexicana. Ant. de Aurora Ocampo. UNAM: México.
- Paz, Octavio. (1970) Posdata. Siglo XXI Editores, México.
- Séjourné, Laurette. (1984) Pensamiento y religión en el México antiguo. Lecturas Mexicanas num. 30. FCE: México.
- Torres Quintero, Gregorio. Mitos aztecas. Relación de los dioses del antiguo México. Porrúa: México.
- Visión de los vencidos. Relaciones indígenas de la conquista. (2002) Selección de Miguel León- Portilla. UNAM: México.

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