Social conformismo y ciudadania politica en la globalizacion
Social conformismo y ciudadanía política en la globalización[1]
Por: Gustavo García Rojas[2]
El social conformismo es una actitud de pasividad ante lo que nos rodea, es la negación de cualquier capacidad instituyente, de agencia humana o de transformación de la realidad por parte de las personas. Es, según Marcos Roitman, la negación de la condición del ser humano como animal social y político, dotado de conciencia. Es la actitud de la persona despolitizada y despreocupada de su entorno y de quiénes lo rodean. Es la actitud del pesimista cínico que no cree en la existencia de causas de índole colectiva o de afanes desinteresados, para el que valores o ideales como justicia, verdad, igualdad o libertad no significan sino eslogans vacíos o marcas desechables de algún producto de mercado.
Dicha forma de conducta acepta sin discusiones la actitud de derrota que plantea “ni modo, así son las cosas, qué le vamos a hacer”. Ni duda cabe que dicha actitud ante la vida es por demás funcional al control político y sociocultural, pues promueve actitudes conservadoras y de indiferencia social que facilitan la dominación y el control de la población pues promueven una posición de aletargamiento social de la conciencia, por ende, del pensamiento independiente y la autonomía moral de las personas. Es también un rasgo de los tiempos que corren que contiene explicaciones, si bien complejas en sus causalidades, bastante esclarecedoras en cuanto contienen las raíces del florecimiento de dichas actitudes.
El social-conformismo que nutre las actitudes descritas, según el mismo Roitman (pp.9-40) es apuntalado por un entramado intelectual-cultural más o menos sistemático conformado por dos ejes articuladores en el campo de la vida social; la sociología y la política práctica.
En el campo de la sociología el advenimiento de la cultura del conformismo social coincide con la crítica a las escuelas y corrientes sociológicas que históricamente habían basado su análisis del orden social en un entramado de interrelaciones jerárquico-causales entre las estructuras sociales dadas y la acción social intersubjetiva, llevada a cabo por seres humanos concretos en constante relación unos con otros (ejemplos de teóricos o escuelas que privilegian este tipo de análisis con sus características específicas son Max Weber, Karl Marx, el estructural-funcionalismo, la escuela de Frankfurt).
Dichas escuelas y pensadores planteaban una problematización compleja de la sociedad, a través de la búsqueda de encadenamientos multidimensionales que explicaran la acción y la realidad social.
En contrapartida, la nueva escuela sociológica de la teoría de sistemas, personificada, primordialmente por Niklas Luhman plantea una sociología y unas sociedades como un entramado de subsistemas (económico, político, cultural), formados por signos y símbolos, que se encuentran previamente constituidos y son autorregulables, por tanto, pueden prescindir de la acción humana. En este esquema, todo en lo social se encuentra previsto, el sistema se autorregula para subsistir y los seres humanos se convierten en “operadores sistémicos”. Y puesto que todo está previsto y el sistema contiene en sí mismo las capacidades para adaptarse, las personas y las relaciones sociales que originalmente establecían, desaparecen, y con ellas se despoja de toda capacidad de cambio social a los pueblos y grupos humanos. Dicha interpretación anti-humana del orden social tiene el objetivo de estandarizar las conductas sociales para simplificarlas y reducir la complejidad de lo social para controlar el sistema. Es la muerte del sujeto racional, conciente y reflexivo para tornarlo en un “robot alegre” del sistema.
En el terreno de la política práctica, el proceso cultural del social-conformismo se asocia a la pérdida de legitimidad de las corrientes socialistas y de izquierda y el renacer de diversas expresiones políticas de derecha y conservadoras. Con el desplome del campo socialista a finales del siglo XX, desde los principales centros políticos e intelectuales de los países centrales del capitalismo se anunció el advenimiento de una nueva era de paz y prosperidad en el capitalismo, en la que desaparecían los conflictos y sobre todo, la disputa entre modelos antagónicos de desarrollo histórico de la humanidad. Se decretó el fin de los conflictos y de la sociedad basada en la centralidad de lo político entendida como la discusión y confrontación de ideas, modelos y proyectos. Este fenómeno, siguiendo a Roitman, se constituyó en un proceso de resocialización y reconfiguración del sujeto social.
El proceso se centra, primordialmente en modificar las conductas de los sujetos eliminando o aminorando a su mínima expresión, el juicio y la capacidad crítica en los seres humanos, de manera social e individual.
El correlato político general de este proceso es aquél del surgimiento de la globalización y su proyecto económico, el neoliberalismo. Aparejado a estos dos fenómenos se ha emprendido la puesta en marcha de un imaginario acerca de la irreversibilidad del capitalismo, que cerraba las opciones de cambio social de manera dramática. Se plantea a los sujetos que el estado de cosas actual es el puerto de arribo, el Shangri-la de la política donde desparecen los conflictos y solo existe un sistema económico-social. A más de esto que se plantea como realidad acabada y definitiva, vale decir, ahistórica, se establecen mecanismos que intentan evitar cualquier despertar de la crítica y la rebeldía.
La ideología dominante ha presentado al capitalismo como el sistema social victorioso, y a la democracia liberal controlada y manejada por élites profesionales, como su contraparte política por excelencia. Se ha diseñado un rosario de actitudes de corrección política, implacablemente sancionadas por medios de comunicación, grupos empresariales, jerarquías religiosas (en nuestro caso la iglesia católica), y los distintos gobiernos; a estos grupos de poder fáctico les viene muy bien la ausencia de conflictos, contrapuntos y alternativas en la sociedad.
La lógica de esta confluencia de intereses es que una vez que se arriba a la democracia, de tipo procedimental, existen mecanismos para dirimir las controversias (el sistema legal, el estado de derecho, etc.) que tornan inviables cualquier expresión de inconformidad o cualquier intento de las personas comunes y corrientes de decidir sobre su vida y sobre los asuntos que les atañen. Esto es producto de una lógica interesada que manifestaba que la discusión sobre los asuntos de las personas tenía que darse sobre los cartabones de participación limitados, dados por el sistema político formal.
Al mismo tiempo que se arribaba a la democracia de procedimiento, por ejemplo en nuestro país, el estado sufría críticas demoledoras en todas partes. Se resaltaba su ineficiencia y su incapacidad para permitirle a las personas ejercer su libertad y sus capacidades con plenitud. Esto fue un efecto directo de la derrota del socialismo de estado, la exigencia, dentro del mundo capitalista, del achicamiento del estado y la apertura indiscriminada de las economías nacionales, sobre todo las de los países del tercer mundo.
Dicha apertura y su política de privatizar los bienes nacionales, trajo como consecuencia la entrega de los recursos de la nación a los grandes centros de poder mundial. Así que uno de los puntales de la corrección política, de ese momento en adelante (años 80 del siglo XX) fue la del sostenimiento de los postulados básicos del liberalismo económico en la economía nacional, como un prerrequisito para ser calificado de “demócrata”.
Se hizo una identificación automática entre neoliberalismo y democracia. Cualquier propuesta de intervención del estado en la economía era –y es- calificada de “populismo” o “izquierdismo trasnochado”, cualquier demanda de grupos de población movilizados o con intereses amplios, como los sindicatos o los campesinos- es descalificada como “desestabilizadora” o “peligrosa”. En aras de un consenso que en las sociedades latinoamericanas es poco menos que ideal, se niega de raíz la posibilidad de discutir abiertamente el rumbo que deberá seguir una nación.
Los límites de la democracia liberal representativa clásica, se han mostrado de manera nítida, en el fin abrupto que han tenido muchos de los gobiernos de “transición democrática” en América Latina, Argentina, Bolivia, Perú, Ecuador son solo algunos de los escenarios en los que la democracia procedimental pos-doctrina de seguridad nacional ha fracasado para atender las demandas esenciales de esos pueblos. Salvo en Venezuela, (y con otras características, Argentina y Brasil) donde se ha instaurado una democracia participativa con perspectiva amplia, en el resto del subcontinente, la mayoría de las democracias se rigen bajo los supuestos de la gobernabilidad y el achicamiento del estado. Lo cual genera descontento y una frágil estabilidad producto de gobiernos carentes de legitimidad que actúan más como garantes de intereses externos, que como representantes de sus pueblos.
La democracia planteada así como un rígido sistema de participación política por medio del sistema de partidos, o de las rígidas estructuras de estado (poderes judicial, ejecutivo y legislativo), dentro de un marco económico regulado y vigilado desde el exterior que en los hechos es un candado contra cambios políticos indeseables provoca desánimo y desencanto en la mayoría de la población, que prefiere voltear a otra parte o encerrarse en la seguridad de su grupo primario, la familia, los amigos, la escuela, la iglesia.
Dicho ensimismamiento social promueve la visión que desde arriba se quiere promover en los más amplios círculos sociales a saber, que no hay nada que hacer, que las personas comunes no pueden cambiar las cosas, que “ellos” saben mejor como hacerlo. Así le dejan cancha libre a quienes ejercen el poder, que de esta forma podrán hacerlo sin la menor cortapisa, sin engorrosos cuestionamientos populares.
A esta actitud se le suma el grave desprestigio que han sufrido las causas, partidos y movimiento populares y la izquierda, en general, a raíz del conocimiento del laberinto que fueron las sociedades en la ex -URSS y en otras naciones del socialismo de estado, y de las restricciones y limitaciones a la libertad individual allí practicados. Dichos asuntos han sido magnificados de manera exponencial en los medios occidentales para propagandizar la supremacia del capitalismo sobre el socialismo. Se magnifican las muchas pajas en el ojo ajeno y se nublan, las vigas en el propio. En nombre del capitalismo, la libertad y la democracia occidentales, se han cometido tantos o más crímenes contra la humanidad en el mundo.
Vale decir que lo que fracasó con la caída de la Unión Soviética, no fue el socialismo como filosofía e ideología política y ética, sino una forma de socialismo ejercido en esa parte del mundo. El socialismo, hoy como ayer, sigue siendo una herramienta de muchas personas para interpretar una realidad opresiva y las posibilidades de transformar dicha realidad. Pero los operadores de los sistemas políticos “democráticos” no desean hablar de cambios ni transformaciones, a menos que sean dentro del sistema, para ellos es necesario vacunarse contra la enfermiza idea de que las personas pueden luchar por sus propios ideales e intereses e influir de forma terminante en la toma de decisiones políticas y económicas.
Un aspecto que hay que abordar es la parte cultural del mundo llamado de la globalización. Con las admoniciones cuasi religiosas del “fin de las ideologías y de la historia” se ha implantado una atmósfera opresiva sobre muchas personas, en donde el desencanto es generalizado e impera una filosofía del individualismo nihilista. Preocuparse y comprometerse por el entorno, por las personas, por la comunidad, por el país, parecen actitudes anticuadas, propias de la epoca en que existían las ideologías. Ahora, lo que viste bien y nos muestra interesantes, es el absoluto desprecio hacia la política, la solidaridad social o cualquier asunto que no sea de mi estricta competencia.
Se mira con recelo, desgano y sospecha a cualquiera que nos invite a un acto, solicite apoyo para alguna causa, o simplemente opine acerca de asuntos de interés común. Este tipo de personas son bien pronto identificadas y aisladas, para evitar que le hagan daño al sistema.
Se las descalifica como falsos profetas, o redentores insufribles, incapaces de vivir su vida con plenitud, o simples envidiosos de la felicidad ajena. En algunos casos, incluso son atacados con violencia por grupos que reaccionan furiosos a su prédica de justicia social, solidaridad e igualdad, la mayor parte del tiempo, simplemente se los tolera de manera mal disimulada, como “fallas” o “desviaciones” del sistema.
Es justo mencionar que esta actitud, es un efecto sociológico más o menos común a las epocas de transición entre sistemas históricos, como la que nos encontramos viviendo. Se caracterizan por que los antiguos sistemas de valores y normas culturales, han dejado de ser operativos y no han sido sustituidos por otros, vale decir, parafraseando a Marx, lo viejo no ha dejado de morir y lo nuevo aún no ha nacido plenamente, lo que genera confusión en los sujetos y una actitud de cuestionamiento constante del propio ser y del papel que uno juega en el mundo. La actitud conformista es la actitud de quienes prefieren esperar a que los acontecimiento los rebasen, para asomar la cabeza después y ajustar su comportamiento a la nueva situación. Es un comportamiento caracterizado por la cobardía y la incapacidad de ejercer la libertad plena en la vida común. Genera anomia y destruye los tejidos sociales de solidaridad, así como disgrega a las sociedades.
A este modelo de comportamiento es necesario oponerle aquél de la ciudadanía política, de las solidaridades sectoriales y sociales, de clase, étnicas y de género; que plantean a los seres humanos como agentes capaces de decidir sobre su propia vida, darse las formas de gobierno que más les convienen, o cambiar aquellas que consideren obsoletas. Es la capacidad de los seres humanos de ser sujetos de su propia historia.
Los ciudadanos son sujetos de derechos, no clientes ni consumidores de productos en el mercado como plantea la ideología neoliberal. Los ciudadanos discuten, polemizan, se enfrentan en el terreno político, se organizan de manera colectiva para hacer avanzar sus causas. Se solidarizan con quienes sufren injusticias o son oprimidos, con los grupos desfavorecidos o con quienes están excluidos de la riqueza social. Luchan por liberarse de la opresión política y la explotación económica.
Los ciudadanos se caracterizan por su preocupación por las causas comunes, participan de los asuntos públicos, deciden sobre las políticas a seguir en un país o región.
La ciudadanía en su acepción más amplia, pues, es un dique para los grupos y clases dominantes que desearían gobernar sobre súbditos o robots que asintieran acríticamente a sus propuestas, sin discusión. Pero los ciudadanos no desean que nadie les conculque el derecho inalienable a decidir por ellos mismos y desean llevar a las autoridades constituídas a corregir en los casos en que sea decisión de las mayorías hacerlo.
Se puede medir la democracia de un país por el nivel y capacidad de decisión de la población abierta en los asuntos que les atañen así como en el nivel de acceso a satisfactores básicos se puede medir su nivel de bienestar. Para los conservadores de derecha, la democracia debe ser acotada, limitada a las fechas que el calendario marca para ir a votar, las decisiones deben ser confiadas a una elite de profesionales de la política, mientras más reducido sea dicho grupo, mayores serán las ventajas para la toma de decisiones eficiente, -dicen. Para ellos, ya hay demasiada democracia, lo que provoca caos y confusión e “ingobernabilidad”. Su lógica es que la gente debe confiar más o menos ciegamente en sus líderes y esperar sentados en sus casas a que se tomen las decisiones correctas para mejorar sus vidas. Para ellos el poder se construye desde arriba, solo los hijos de buena cuna pueden ser buenos gobernantes, pues cuentan con la tranquilidad personal y la ausencia de rencor social que da la fortuna heredada. De más está mencionar que este tipo de gobernantes tienen un claro compromiso político hacia la clase social de la que provienen y que los ha catapultado hasta donde están; para ellos la gente común debe ser, en el mejor de los casos, simpatizantes incondicionales, y en el peor, comparsas en una puesta teatral en la que son las víctimas propiciatorias.
La izquierda, por otro lado, se basa en la igualdad y la justicia social. Para quienes enarbolan una ideología de izquierda, la participación de las masas populares, su entrada en la política por la puerta grande, es esencial para hacer avanzar un proyecto socialista y echar a andar los procesos de cambio social. Un verdadero gobierno de izquierda ensancha las posibilidades participativas del pueblo en la toma de desiciones más importantes. La democracia tiene que convocar a las mayorías y deben existir mecanismos para refrendar el apoyo popular a los grupos gobernantes, solo de esta forma contará con legitimidad el proceso detonado antes.
Herramientas como el plebiscito, el referéndum revocatorio, la consulta popular se vuelven parte del repertorio mínimo de una democracia socialista. No es ocioso mencionar que dichos mecanismos deben ser válidos para todos los temas y areas, sean la economía, la política y la cultura.
Pero sostener una postura reflexiva y crítica, que conjunte la doble habilidad humana de pensar y actuar, en medio de la supremacía de la cultura de la indiferencia y el hedonismo individualista, no es la postura más popular. Muchas veces tenemos miedo a expresar críticas o nuestro disentimiento con alguna situación o idea, por temor a ser señalados como inadaptados o socialmente resentidos, esto le genera muchas insatisfacciones emocionales a muchas personas, pero las convicciones cuando se sienten y se viven de manera profunda, nos proveen de la tranquilidad que da la seguridad de estar del lado de la justicia.
Permanecer estático, sordo a la realidad, siempre es mucho más sencillo y placentero, evita problemas y nos dota de un aura de ecuanimidad y decencia burguesa, que nos granjea aceptación y muchos amigos en fiestas y en el trabajo. Pero el costo de permanecer indiferentes ante la inmensa cantidad de fenómenos y problemáticas que nos cruzan cotidianamente, es a largo plazo mucho más alto que inmiscuirnos en las problemáticas y en la búsqueda de soluciones a las mismas. Utilizando para ello, las humanas capacidades de pensar, analizar, reflexionar y criticar, para buscar mejorar nuestras condiciones. De esta forma, nos afirmaremos con la capacidad de transformar la realidad por medio del trabajo creador, y salvaremos nuestra esencia en el camino, afirmándonos no solo como víctimas del sistema sino como propulsores de alternativas a él.
notas:
[1] En base al texto de Marcos Roitman El pensamiento sistémico. Los orígenes del social-conformismo, Siglo XXI/CIICH-UNAM, México, 2003, 125 pp., todas las referencias y paginas citadas en el trabajo se remiten a dicho texto. Otros referentes no explicitados en el cuerpo del trabajo, están relacionados con las discusiones sostenidas en el contexto del seminario de Teoría Social del posgrado de la facultad de Trabajo Social de la UANL, “Marxismo y Neomarxismo” del cual formé parte en los años 2003 y 2004. Este texto puede situarse en el marco amplio de lo que denomino “la crítica de lo existente”, que se relaciona con el ambiente sociocultural y político de la formación social en la que se enmarcó dicho seminario, la ciudad pos-industrial de Monterrey, noreste de México.
[2] Sociólogo por la Universidad de Nuevo León y antropólogo social por el CIESAS-Mexico. Conferencia presentada el 2 de Marzo de 2005 en la Biblioteca central del estado “Fray Servando Teresa de Mier”, Monterrey, N.L
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