Filosofía de la educación a principios del tercer milenio
FILOSOFÍA DE LA EDUCACIÓN
A INICIOS DEL
TERCER MILENIO
PEDRO GÓMEZ DANÉS
Enero 2005
A INICIOS DEL
TERCER MILENIO
PEDRO GÓMEZ DANÉS
Enero 2005
DESARROLLO DE CONFERENCIA.
Esta plática quisiera desarrollarla en dos partes. Primero dando los fundamentos filosófico antropológicos desde los cuales se puede desarrollar una Filosofía de la Educación y, segundo, tratando en lo esencial, desde el aspecto antropológico, la realidad de la educación. Como podemos comprender, si desconocemos los fundamentos últimos, la Filosofía de la Educación parecerá una mera elaboración ideológica, una opinión más entre otras; mientras que teniendo presente dichos fundamentos, haciéndolos nuestros desde la existencia, tendremos a la mano presupuestos obvios que podemos hacer nuestros y, haciéndolos nuestros, operarlos en nuestras actividades.
Esta plática quisiera desarrollarla en dos partes. Primero dando los fundamentos filosófico antropológicos desde los cuales se puede desarrollar una Filosofía de la Educación y, segundo, tratando en lo esencial, desde el aspecto antropológico, la realidad de la educación. Como podemos comprender, si desconocemos los fundamentos últimos, la Filosofía de la Educación parecerá una mera elaboración ideológica, una opinión más entre otras; mientras que teniendo presente dichos fundamentos, haciéndolos nuestros desde la existencia, tendremos a la mano presupuestos obvios que podemos hacer nuestros y, haciéndolos nuestros, operarlos en nuestras actividades.
FUNDAMENTOS FILOSÓFICO ANTROPOLÓGICOS.
Si deseamos conocer el estado contable de una organización, y se nos presenta su Estado Financiero, siempre examinamos primero aquellos apartados fundamentales; luego todo lo demás, sabiendo que en cuanto unidad todo allí es importante. Toda unidad compuesta consta de notas esenciales y circunstanciales, éstas últimas pueden variar, pero no aquellas fundamentales; así, en nuestra realidad humana, hay necesidad de esclarecer y tener presente lo esencial, pues de algún modo todo lo demás se fundamenta en ello.
Si deseamos conocer el estado contable de una organización, y se nos presenta su Estado Financiero, siempre examinamos primero aquellos apartados fundamentales; luego todo lo demás, sabiendo que en cuanto unidad todo allí es importante. Toda unidad compuesta consta de notas esenciales y circunstanciales, éstas últimas pueden variar, pero no aquellas fundamentales; así, en nuestra realidad humana, hay necesidad de esclarecer y tener presente lo esencial, pues de algún modo todo lo demás se fundamenta en ello.
Si en este momento deseamos introducirnos en la educación, es muy importante primero ir a nuestra misma realidad humana y examinarla a partir de sus últimos fundamentos, donde a lo esencial denominamos filosóficamente “forma”, que no varía, y a lo circunstancial o accidental, que puede variar en número, denominamos “materia”. Lo uno no es lo único, lo uno sin lo otro simplemente no es esta realidad existente, sino un mero conocimiento de fundamentos y, siempre, aun cuando partamos de fundamentos tenemos que tener presente la unidad existente, sin la cual todo quedaría como mero ente de razón, mera idea subjetiva sin concordancia con el objeto existente.
Por ello no es posible, como muchos a través de la historia han tratado, de conocer lo humano fundamentados en otras ciencias, como la física, la química, la geometría; menos a partir de una ideología política, que en general es dogmática y se sustenta en una idea racional, verdadera o equívoca, pero no parte de la realidad. Es como si quisiéramos a partir de un marco determinado realizar una investigación, que puede abarcar más, o puede abarcar menos que las dimensiones de dicho marco y, la realidad no la podemos recortar a conveniencia o agrandar a conveniencia, sino que hay primero que examinar objetivamente aquello que se desea investigar y, posteriormente, hacer un marco adecuado. No somos meras partículas físicas congregadas; menos somos reacciones químicas, o configuraciones geométricas; no somos engranajes de un Estado manejado por otros, sino que somos personas y en cuanto personas hay necesidad de encontrarnos con aspectos fundamentales invariables, y aspectos accidentales variables que nos distinguen unos de los otros, pero a fin de cuantas como personas humanas existentes, con capacidades y limitaciones desde la unidad.
Por qué tratar primero de la persona humana, pues por el simple hecho de que al reconocernos como personas es imposible dejar a reconocer a todo semejante de la misma especie como persona y desde la realidad humana, en la excelencia de existencia, reconocer la dignidad de toda persona humana. Cada uno de nosotros nos reconocemos como irrepetibles, como diferentes, pero no podemos dejar de reconocernos en la misma dignidad y en interrelación constante, directa o indirectamente, en donde cada acto de relacionalidad al mismo tiempo, que partiendo de ese ser plenamente humano y referirse a otro como yo, al mismo tiempo me dignifica y dignifica al otro.
Y por ello es necesario ir más a fondo en el conocimiento y reconocimiento de lo que somos, a examinar esa “forma” y esa “materia” que constituyen nuestra unidad. Los términos forma y materia no deben de sorprendernos, pues en el examen de toda realidad indirectamente usamos lo que comprenden estos términos: por forma podemos entender lo fundamental, lo esencial; y por materia lo que puede variar, jamás lo accesorio; así por forma podemos entender lo que somos; por materia la manifestación sensible de lo que somos y por unidad nuestra misma persona, donde todo se fundamenta en lo que somos y se percibe sensiblemente.
Aristóteles y Santo Tomás, que de hecho se adelantan seiscientos y dos mil doscientos años a teorías actuales, reconocen en el principio formal o principio de animación cuatro, podríamos llamar, capas o meollos: una física o material, otra vegetativa, otra sensitiva y, en nosotros, los seres humanos, una más que nos distingue, la racional, esa diferencia específica que nos coloca, en cuanto excelencia de existencia, sobre todas las realidades que queden sujetas a sólo las antes nombradas: los compuestos materiales, los vegetativos y los animales; y en esta diferencia específica, esencial, lo racional, siempre encontramos dos grandes apartados fáciles de conocer: una capacidad inteligible y una capacidad volitiva que, directa e indirectamente miran tanto a la verdad como a la felicidad o el bien.
Para mejor comprender lo antes dicho, quizá tenemos que regresar a una edad muy hermosa, la de nuestra niñez y, si no nos acordamos bien de dichos momentos, simplemente observar a un niño en su crecimiento. ¿Cuál es la pregunta más insistente de los niños al observar y ya conocer una realidad cualquiera, que no saben como comunicar? Simplemente preguntando: qué es; ¿cómo se nombra aquello?. Luego, poco después surgen dos amplias preguntas que redondean dicho conocimiento: Por qué es, y, para qué es. Así son conscientes de la existencia y el movimiento espacio-temporal . Posteriormente, quizá tras los cinco años, vendrá una pregunta que continúa fastidiándonos toda la vida, pero que es impulso o resorte para mayores conocimientos, especialmente en relación a la materia: ¿cómo es? Y, así, las cuatro causas fundamentales de todo existente estarán presentes: qué es, por qué es, para qué es y cómo es; al grado de que si constatamos algún error en esa tendencia innata a la verdad, en respuesta a las cuatro interrogantes fundamentales, inmediatamente la corregimos tratando de no volver a equivocarnos.
El intelecto es una capacidad, y en cuanto capacidad se va desarrollando en las operaciones rectas o convenientes al mismo intelecto en dirección a la verdad. Somos seres intelectivos desarrollados y que conste, no lo creo, sino que lo se, pues estamos aquí en este momento, pero, que puede, no en cuanto capacidad, sino en cuanto grado de desarrollo, darse en diversos grados entre persona y persona y, ello no debe de sorprendernos y, quisiera dejar constancia de inmediato que esto no es por creer que tenemos dicho grado, sino por tenerlo en nuestro desarrollo, pues no faltará quién creyéndose superior en desarrollo deseara señalar a otros el cómo deben avanzar para adecuarse a lo que él se cree, un error al que con facilidad podemos llegar. En lo intelectivo no deberá haber una adecuación de muchos a unos pocos, sino una adquisición de verdades objetivas a partir de la existencia, en donde desaparece el “me parece” (creo) subjetivo, para aparecer el “es” objetivo que implica mayor avance en el desarrollo. El carácter de la capacidad intelectiva no debe llevarnos jamás a un dogmatismo, sino que por el mismo carácter de “capacidad” está en dirección de adquirir verdades objetivas y, con ello, las propias y adecuadas relaciones entre objeto y objeto, incluyendo en ello el mismo sujeto. Importante es tener presente lo siguiente: que en cuanto humano hay capacidad; que entre persona y persona el grado de desarrollo de la capacidad varía y, que la capacidad está en vistas a la verdad y no al error, aun cuando por la voluntad nuestra capacidad puede desviarse.
Se ha mencionado la “voluntad”, que es un apetito a la felicidad o al bien en cuanto bien. Y debemos señalar que en esta capacidad volitiva reside el fundamento de nuestra libertad.
La voluntad, en cuanto capacidad, es diversa del intelecto y no está sujeta al intelecto, algo que vamos descubriendo cuando sabemos qué debemos de realizar y no queremos realizarlo, cosa que aparece presente en múltiples momentos de nuestra existencia. No por conocer actuamos, o no está presente en nosotros un intelectualismo ético. Por ello, al igual que el intelecto y aun cuando estamos en mucho inclinados a lo sensible que nos gusta, hay necesidad de desarrollar mediante múltiples actos esta capacidad, hasta formar hábitos buenos o virtudes. Quizá nuestros padres, y en especial nuestras benditas madres no estudiaron ciencias filosóficas, pero en cuanto seres humanos llevaron la filosofía a la práctica, durante nuestro crecimiento infantil y no sin dificultades, ese enseñarnos a adquirir buenos hábitos, virtudes, los que no sin grave inconveniencia por nuestra libre libertad a momentos hemos abandonado pero, que cuando algunos arriban al matrimonio y tienen hijos, vuelven a recordar y, si no los hacen presentes en dichos momentos, con grave pesar lo reconocen cuando los hijos crecen. Por el momento quedémonos con que a dicha enseñanza paterna se le llama propiamente educar.
La repetición de actos y la bondad en los mismos de fines adecuados, nos hacen adquirir hábitos convenientes o virtudes propias, por lo que la voluntad libre se adecua al intelecto, al conocimiento recto en lo conveniente a la propia existencia. ¿Qué es entonces lo más propio a nuestra existencia? El ejercicio de la racionalidad en un conocimiento objetivo y una voluntad recta. Tenemos que considerar que toda norma que no se adecue a la realidad humana conlleva cierta degradación en cuanto que el ser humano, como ser vivo y en movimiento, desde su misma realidad tiende a su misma perfección, a su crecimiento integral, armónico y que, una norma inadecuada o detiene dicho desarrollo propio o puede llevar a una degradación o retroceso en el mismo crecimiento humano y, por humano tenemos que tener presente tanto lo individual como lo propio a la especie o grupo, o comunidad. De ello proviene, desde la reflexión, el catalogar como buena o mala una acción.
Muchos dicen, con cierta propiedad que el límite de la libertad está al iniciar el derecho de los otros. Ello es cierto si se tiene presente todo lo antes dicho, pero, también tenemos que tener presente que en cuanto seres humanos no somos máquinas tecnológicamente perfectas, sino que, si no hay una armonía en la operación de los fundamentos intelectivo y volitivo en vistas a la unidad personal que incluye lo corpóreo, la libertad fundada en nuestra capacidad volitiva puede admitir o inclinarse, como algo verdadero, a una parte de la unidad en detrimento de la misma unidad. Podemos ejemplificar diciendo que si el torso, o el vientre, o el bajo vientre, a el pelo es aquello que mediante nuestra libertad escogemos como lo más importante en nuestra existencia, en realidad estamos reduciendo nuestra realidad unitaria; o que si en los estudios tales o cuales materias las consideramos como las más importantes, como la cabeza de la profesión y así descuidamos o no damos importancia, no hacemos nuestras todas las demás, el cuerpo o curricula necesario para nuestra formación queda reducido, menguado.
No es lo agradable, sino lo propio lo que debemos conocer y descubriéndolo, mediante la voluntad, en una plena voluntad, hacer propio, pues aquello agradable quedaría sólo a nuestra sensibilidad y no a nuestra unidad existente; del mismo modo, no es sólo lo intelectivo lo que debemos cuidar, sino atender debidamente lo sensitivo corpóreo, pues de otro modo quebrantamos la unidad quedándonos en sólo la parte.
Así, nuestra unidad personal no es una mónada aislada; el ser humano no es un individuo aislado, sino es un ser relacional, en constante relación con todo la existencia, especialmente con lo igual, los otros y, sin dejar aparte lo desigual, todo lo otro y, al mismo tiempo, sin diluirnos en los otros o en todo lo otro. Vivimos y somos seres plenamente binarios, que sin dejar la vía personal, estamos comunicación con todo lo otro que directa o indirectamente se relaciona con nosotros. Así, no sólo estamos en tensión a la propia realización adecuada, sino en tensión a una relación abierta y adecuada, conforme a la existencia propia de lo que nos rodea; sin esclavizar todo lo ajeno a nuestra persona y, sin enajenar nuestra persona a todo lo ajeno, sino en armonía y pese a nuestras limitaciones en los diversos grados de desarrollo. Y, lo anterior, con especial atención al campo de la vida familiar y al campo de la vida profesional.
Sin embargo, es a partir de la libertad de elección, especialmente si atendemos a la parte sobre la misma unidad humana, lo que hace presente el problema del mal y, por mal, como ya se mencionó, podemos entender todo aquello que de algún modo detiene o hace retroceder nuestra mismo desarrollo en cuanto personas.
Desde ha cuatrocientos años, cuando la unidad de la persona se redujo al solo pensamiento, iniciando así el racionalismo y, ha doscientos años cuando quedó reducido todo a la razón, como lo único trascendente y la ilusión subjetiva inicio la invasión de todo lo humano, perdiendo con ello los avances del humanismo renacentista con todas sus limitaciones. Cuando con la dialéctica racionalista quedó, con Hegel, todo en manos del estado como ilusión teórica-racional, agregando a ello desde el positivismo materialista que idealmente nos reducía al ser humano a mero reflejo de lo externo, acuciados por la tecnología que primero con pequeños pasos y en un momento, el actual, se desboca en lo que parece infinito, todo dentro del mismo racionalismo inagurado por DesCartes, parece que nada puede detener la sujeción del ser humano a la tecnología, olvidando que la tecnología en cuanto actividad humana está al servicio humano.
Hoy, sin variar los fundamentos humanos las condiciones parecen estar contra dichos fundamentos y, en realidad, pese a dichas condiciones y las que sobrevengan en el futuro, la persona humana en sus últimos fundamentos no variará, cono no ha variado desde que existimos como tales; con una libertad que parte de nosotros mismos, que no nos ha sido concedida por un acuerdo del Estado, y, queramos o no, con una disposición a trascender sin perder nuestros fundamentos. Así, no debe sorprendernos que seamos capaces de cometer salvajadas, aun contra nosotros mismos, lo que debe sorprendernos es cómo, fundamentados en dicho racionalismo la educación haya cambiado, cuando el ser humano, en cuanto humano, está en tendencia a la excelencia. Y no hablo de una educación en lo tecnológico, hablo de la educación humana y, bajo ningún aspecto retomo el intelectualismo ético del que al principio se hablaba, sino dentro de nuestras limitaciones, sí, pero en cuanto educación humana, en vista de nuestras capacidades.
-
EDUCAR HOY
Examinar la educación desde la filosofía lleva de inmediato a formular las cuatro causas que desde ha 2300 años, en la Metafísica clásica nos señala Aristóteles, aquello que corresponde a las cuatro preguntas fundamentales: ¿qué?, ¿para qué?, ¿Por qué? y ¿cómo?, y dicho cuestionamiento parte de la misma realidad humana, tanto en lo esencial de dicha realidad, cuanto que dicha realidad está en movimiento, en devenir. Así, en la educación al preguntarnos el “qué”, nos encontramos el ¿quién?, el sujeto de la educación, al educando o alumno; en el ¿para qué?, encontramos aquello que corresponde a la finalidad: la profesión, el llegar a ser un profesional; en el ¿por qué?, en cuanto causa eficiente del movimiento al fin, vamos encontrando que por una parte se señala al impulsor externo, al profesor, y por otra parte el impulso interno del volitivo, el querer del alumno; y por fin, encontramos lo que se adecua tanto al sujeto del movimiento como al fin, el ¿cómo? Que corresponde ya a la curricula adecuada, al ambiente adecuado donde en vista al fin se desarrolla la persona en un fin específico. En filosofía clásica estas causas se denominan: la formal, que corresponde al quién; la final, que corresponde al mismo fin por alcanzar; la eficiente, que en mucho corresponde al Profesor, y por fin la material o instrumental, que corresponde al cómo alcanzar el fin.
Todo acto humano es a causa de un fin conocido y deseado, y se va dando en el movimiento a dicho fin, el que gradualmente se hace propio en quien realiza la acción. Alcanzado dicho fin, que no es el último fin en sentido estricto o absoluto, la persona se propone otros fines a realizar, pero donde el fin alcanzado, hecho propio por la persona, da capacidad de acciones específicas donde la capacidad de acción es mayor, conforme al crecimiento personal. Es necesario señalar que dicho crecimiento no es sólo intelectivo, dicho crecimiento es personal, por lo cual implica la actividad que podemos señalar como “buena”, conforme al grado de desarrollo ya alcanzado. En el caso de esta institución, el fin sería la licencia en Contaduría y Administración, mismo que sería paso a un mayor desarrollo personal, la maestría y el doctorado como fines ulteriores; la causa eficiente o promotora a alcanzar dicho fin, sería tanto la actitud y aptitud personal, en cuanto, y muy importante, la promoción dada por el cuerpo de profesores y el mismo ambiente adecuado a alcanzar el fin. Como ya se mencionara, la causa material o instrumental, correspondería al cúmulo de materias que están en atención al fin y en atención al alumno, en cuanto conformes a su capacidad de alcanzar, y todo centrado en la substancia o sujeto capaz de la acción.
Examinemos estas cuatro causas. Principiemos con el alumno o causa formal. De inmediato debemos preguntarnos si dicho existente, en su modo de ser propio le corresponde el fin propuesto. Una licencia no es propia de un mero mineral, una piedra; tampoco le es propio a un manojo de rábanos y, en lo que conocemos le es impropio a un conejo a un tiburón, pues a dichas realidades corresponderían fines adecuados a su modo particular de existencia; pero a un ser racional, con capacidades intelectivo-volitivas sí correspondería tender a dicha licencia en cuanto ser libre y capaz. Por lo mismo, conforme a la realidad de existencia correspondería la dignidad propia, y nos encontramos que el alumno, en cuanto persona, tiene una dignidad propia y, sin embargo, conforme a la irrepetibilidad, encontraremos diversos grados de desarrollo de su misma personalidad, por lo que a un fin específico correspondería, siempre en la dignidad en cuanto persona, un desarrollo humano que corresponda un desarrollar actitud y aptitud específica.
¿Por qué una actitud y aptitud específica? Si la persona, el alumno no sabe leer y escribir, el grado de dificultad en vista a la excelencia es inmenso, pero no imposible si ha desarrollado un grado de abstracción y síntesis para hacer suya la realidad cognoscible. En general nos encontramos, en la realidad universitaria, que el alumno arriba sin saber leer o escribir adecuadamente, o sea conforme a su grado de educación escolar y aunado a ello, con gran desconocimiento de la realidad social e internacional. La eficiente ayuda magisterial tendrá entonces doble grado de dificultad para, sin menguar lo propio de la carrera, ayudar a avanzar en este renglón tan importante. Si por el momento hay necesidad de soslayar este avance, hay necesidad de exigir en la educación escolar anterior que se resuelva dicho problema.
Teniendo ya la causa formal de la acción, o al alumno, en tensión al fin por alcanzar, hay necesidad de promover en él un continuo desarrollo conforme a dicho fin, pero sin olvidar dos realidades importantes: primero que dicho avance conlleva un cierto apropiarse del mismo, algo que obviamente debe demostrarse objetivamente y, que no siendo un fin absoluto, habrá necesidad de impulsar en los demás fines propios y adecuados al mismo desarrollo particular y social en cuanto persona, que no sólo avance hacia el fin específico, sino que haya también un desarrollo de la personalidad. Ello es fundamentyal, pues no se licencia a ejercer una operación única, sino se licencia a una convivencia social en vista del crecimiento tanto de la persona como de la comunidad. Actualmente, los grandes centros de capacitación empresarial reconocidos internacionalmente señalan como indispensable el crecimiento de la persona. Desde la filosofía, este factor de crecimiento formal y específico ya estaba señalado desde Platón y Aristóteles, pese a las limitaciones de la persona.
El educando es persona y, toda relación hacia él en vista de la eficiencia del fin y de su crecimiento será siempre una relación interpersonal donde la dignidad de toda persona esté presente, ésto entre educando y educando, entre maestro y alumno, entre autoridad y el conjunto comunitario en la especificidad del fin señalado.
La causa final, conocida por todos, no es necesario señalarla recordando que es específica, no absoluta. Lo importante, y ya se ha señalado, es que dicho fin al ser específico conlleva una meta a alcanzar que no es la última meta humana; por lo mismo dicho fin no es en vista de sí mismo, sino que en cuanto específico está en relación a la común actividad humana en la actividad social. Un error en el que muchos podemos caer, es admitir como absoluto dicho fin y, en consecuencia, admitir dicho fin como fundamento humano, reduciendo así la misma realidad objetiva de la persona. Lo anterior quizá por la seguridad que porta consigo todo conocimiento alcanzado, aún aquellos conocimientos subjetivos, nada objetivos como son las ideologías. Es cierto que un fin como el propio de esta facultad en mínimo grado porta este problema, sin embargo hay necesidad de recordar siempre que no debemos reducir a un determinado arte o ciencia la realidad personal y social. En general el arte y la ciencia se fundamentan en causas y principios próximos, y no en causas y principios últimos. Espero que no sonrían mucho si afirmo que con un debe y un haber, salvo por analogía de proporción, es posible fincar la vida, así como por un estado financiero que sólo muestra el estado en un momento dado de la operación empresarial, podría indicar todas las posibilidades del actuar empresarial. Habrá entonces que examinar los fundamentos de toda acción empresarial para señalar las posibilidades de dicha acción, pero en cuanto que ésta es una actividad humana, no podremos desde ello señalar lo propio y general al ser humano. Aún si partiéramos de una parte del compuesto, como es la materia física, no por la física podemos señalar lo humano en sí, sino sólo lo propio a los concretos seres físicos.
Ahora bien, el fin específico al no ser una operación individual aislada, sino una operación social, conlleva la adecuada permanencia social en cuanto interrelaciones grupales, por lo que dicho fin en cuanto que porta una actividad humana, porta en sí la cohesión social, que en cuanto análoga al ser de la persona, que implica verdad y bondad propias, no debe ser fracturada. Es importante que sin dejar de tener presente el avance individual a la excelencia, esté presente siempre el avance y desarrollo comunitario en vista al fin específico que constituya una actitud y aptitud social.
La causa eficiente, como se ha dicho, hay necesidad de examinarla desde dos aspectos, en cuanto intrínseca y en cuanto extrínseca; en cuanto interna y externa a la causa formal o alumno. La eficiencia es intrínseca en cuanto que es aptitud natural de existencia y desarrollo en toda substancia racional, queramos o no hay un desarrollo de la persona, mismo que sólo por graves impedimentos puede ser detenido en una de sus capacidades: ya la espiritual o formal, ya la material o variable. Pero, en cuanto persona, toda persona está en tensión a un crecimiento integral. Por ello hay una eficiencia intrínseca que en la medida del desarrollo de actitudes y aptitudes será más provechosa. Hay necesidad de ayudar al alumno a percibirse en cuanto eficiente y a poner en juego sus capacidades propias en vista del fin, y ello será a lo largo del transcurso de las actividades académicas hasta alcanzar dicho fin y, en aquellas proyecciones de interrelación específica.
Quizá en dicha eficiencia intrínseca a la persona, en cuanto persona, parece que la eficiencia externa se limite a señalar y urgir desarrollo, pero, en la acción eficiente extrínseca, en la acción magisterial, hay necesidad de detenernos y examinar sus condiciones propias.
La acción magisterial no constituye un acto creativo en sentido propio, no da la existencia al alumno, sino es acción en sentido análogo para la recta obtención del fin, en cuanto colabora eficientemente a la obtención de una actividad existencial específica. La eficiencia siempre está conforme al fin, y el fin llama a la eficiencia recta. Saben, hace seis mil años los egipcios, con el término ma’at ya examinaban la eficiencia, pero ha solo ciento veinte años, con Bretano, se inició el examen de la “intensión” en cuanto recta y conforme al fin, algo que Pedro Abelardo y Santo Tomás trataron ampliamente ha ocho cientos años.
La excelencia en lo eficiente no es a un artefacto por lograr, sino que dicha eficiencia extrínseca es en vista a una persona que alcance un fin específico, por lo mismo implica tanto un respeto al sujeto del desarrollo en vistas al fin, como un conocimiento del fin como operación, que, en cuanto humana, siempre es posible mejorar en acciones más excelentes.
La eficiencia implica no sólo iluminar la excelencia del fin que se va alcanzando en grados intelectualmente, sino alcanzado personalmente y, por tanto, al mismo tiempo que implica un señalamiento, implica un acompañar al sujeto que se encamina al fin determinado.
En nuestra realidad nacional, ha cincuenta o menos años, en el auge poblacional que condujo a un cambio en el magisterio escolar. El profesor, que antes aceptaba como realización personal su ejercicio magisterial, pasó a contemplar el magisterio como un trabajo para obtener lo necesario en lo económico, al grado que se redujo aquel “ser maestro” a una profesión de maestro en equipariedad con una actividad fabril. Bajo ningún aspecto afirmamos lo anterior de todo maestro actual, sin embargo está presente esta actitud económica cuando se examinan los problemas del magisterio; posteriormente trataremos ésto. Hay necesidad entonces de examinar lo fundamental en la eficiencia del magisterio: primero que implica un alto grado de desarrollo personal y social necesario a todo grupo humano; segundo que aporta mayor dignidad a la que ya se tiene como persona humana y, tercero que su acción conlleva, sin menguar la justicia, cierta actitud de paternidad excelente en vista a co-generar hacia un fin alcanzable por otros.
Quisiera, antes de examinar lo antes dicho, recordar una expresión de ha ocho cientos años: “operatur sequitur esse”, la operación sigue al ser en su modo propio de ser. En el caso de Magisterio, la asunción de la magistratura al modo personal de ser, como capacidad operativa, es anterior a la acción, y dicha asunción como en toda acción intrínseca, en la operación, tiende a aumentar gradualmente en cuanto bondad y belleza de ser, en la verdad y en la unidad.
La magistratura, cualquiera que sea, está en vista a un desarrollo personal y social. Por ello el ser magistrado ya nos indica que conscientemente tendemos a un desarrollo específico de cualidades, capacidades y actitudes para el buen desarrollo. Hay algunas personas que por sus cualidades intrínsecas conllevan una aptitud magisterial en su vida, pero en general tenemos que desarrollar dichas cualidades en cuanto virtud. Por virtud entendemos una repetición de actos adecuados que logramos integrar a nuestro ser como actitud propia; tener una virtud, por tanto, es lograr un modo de ser específico y, en cuanto libres, tratar de conservarla para no perder por su misma adecuación a la existencia propia. El desarrollo del magisterio no se da sólo intelectivamente, sino en operaciones personales, al mismo tiempo intelectivas y al mismo tiempo sensitivas y por lo mismo objetivas a todos; no es el intelecto el que solo crece, sino crece la persona.
Por ello, la acción magisterial es adecuada al ser maestro y, dándose operativamente cada vez en mayor grado de actividad objetiva, al mismo que podemos señalar, por las operaciones, un mayor grado de magisterio, también podemos señalarnos una capacidad a alcanzar un mayor grado de operación. Así, acorde a la persona y sus operaciones podemos ya hablar de grados de dignidad en este modo específico de acción y, en cuanto personas, capaces de trascender de un grado menor de desarrollo a uno mayor, podemos afirmar nuestra capacidad para realizarnos en el movimiento a una excelencia. Con respecto a la irrepetibilidad, son siempre diversos los grados de desarrollo substanciales, y los modos de pasar de un grado a otro grado. Así, el magisterio, común a todos en el ser y la operación, se encontrará siempre en una diversidad propia de la irrepetibilidad, pero, en cuanto común a lo esencial, por todos alcanzable sin perder su individual.
La operación propia del magisterio se va dando bajo dos aspectos íntimamente unidos: iluminación o proyección cognoscitiva del fin por alcanzar en los diversos fines intermedios (materias), y en la acción sensible para además de acuciar al fin, ayudar a lograrlo más que adecuadamente. Esta operación propia así desarrollada es a causa de que toda acción magisterial implica una acción interpersonal, donde interactúa la libertad del educando y su proyección al fin, fin que también muestra como alcanzado por el maestro. La dignidad humana está en todos presente, en maestros y en alumnos, y está en su diverso grado de desarrollo personal presente, que deberá corresponder en mayor grado al que enseña en cuanto que desarrollando adecuadamente sus habilidades en vista de la excelencia del fin, puede mostrarse tanto como persona y como graduado. Tenemos que recordar, desde la irrepetibilidad y diferencia entre alumno y alumno, que la acción sensible a momentos debe acercarse a una exigencia para que el alumno, que por diversos motivos está ausente estando presente, haga acto de presencia y se una al grupo que avanza. Mas la dignidad humana está en todos presente, en maestros y en alumnos, y está presente en los diversos grados de desarrollo personal, misma que deberá corresponder en mayor grado al que enseña en cuanto que, desarrollando adecuadamente sus habilidades en vista de la excelencia del fin, puede mostrarse tanto en su personalidad, como en su capacidad, por haber hecho suyo algo más que el mero fin.
Bajando a un plano práctico, hay necesidad de mostrar que el maestro, y esto siguiendo a Lope de Vega, es un actor en “el gran teatro del mundo”, de un mundo que en su medida se circunscribe a la misma labor docente. Tenemos un papel que desarrollar y, en él, va nuestra misma persona que lo vive y manifiesta. Cada actor, dentro del teatro intramundano está llamado a cumplir su papel para que la obra se muestre en su excelencia y, a momentos hay necesidad de mostrarnos bastante serios; a momentos jocosos; siempre amables, conscientes de que la verdad y la justicia de la operación es conforme al fin por alcanzar, y todo redundando en el desarrollo de cada persona, de cada actor. Y, con todo, este pequeño teatro de nuestro mundo no encierra tan sólo los papeles magisteriales y de aprendizaje, pues allí estará presente el mundo que portará cada persona y que, muchas veces, tenemos que descubrir mediante la relación interpersonal. El gran mundo se hace presente en nuestro pequeño mundo de múltiples formas sensibles, mismas que es posible descubrir si ponemos atención. Los problemas familiares que carga el alumno; el muy bello problema de su desarrollo psico-somático al pasar ante nuestros ojos de la adolescencia e ir alcanzando la madurez; el problema de la falta de virtudes necesarias para alcanzar el fin habiendo capacidad de lograrlo; los problemas de las animadversiones; y, en nosotros, los profesores, que también cargamos con nuestros problemas, mismos que hay que dejar a un lado para ser maestros, un problema que muchas veces se nos ha presentado, el prejuiciar en el momento de apenas conocer, sin saber ciertamente por qué. Hay necesidad ciertamente de superar mediante el diálogo, la necesaria relación interpersonal dicho problema, aún descubriendo que intuitivamente teníamos razón en el previo juicio, pero que estamos para ayudar a crecer.
Como maestros también debemos avanzar en el propio desarrollo y estar conscientes de los cambios que ocurren en el mundo de hoy, cambios que en su medida afectarán a quienes ayudamos a crecer conforme al fin específico de la Licencia. En general dichos cambios afectan lo circunstancial de la operación contable y administrativa, no tanto lo fundamental, pero sin un previo conocimiento de los mismos, quienes alcancen el fin propuesto, se enfrentarán a problemas que les afecten. En la medida en que ampliemos nuestros cursos en adecuación a los cambios de operación administrativa que van sucediendo en países que tienen amplia interacción con el nuestro, prepararemos mejor y, los nuestros podrán situarse en las mismas condiciones que los otros.
Ya con lo anterior hemos entrado de lleno a la causa material o instrumental, misma que es conforme al fin y, a un fin en las circunstancias actuales: aquello que llamamos la curricula. En analogía con la substancia existente podemos señalar, en la licencia, lo formal o fundamental, y lo material o accidental y, tenemos que recordar que lo formal, desarrollándose, no varía, mientras que lo accidental, conforme a una situación específica y en cierto modo variable, podemos examinarla y partir de sus diferencias, pero siempre conforme a lo esencial. No es el momento de tratar de la curricula, más cuando soy egresado de la Escuela de Comercio y Administración de Monterrey, misma que dejó de existir ha más de cuarenta años. Sin embargo, es aquí, en la curricula, donde los cambios que se operan en nuestros días deben estar presentes, no sólo atendiéndolos en lo regional o nacional, sino dentro de una globalización, donde cada soberanía impone circunstancias diversas a las de otros países.
Grave problema actual, en vista a las circunstancias de operación de las empresas con gran poder económico e internacional ha sido el olvidar el desarrollo personal y social aunado al desarrollo cognoscitivo de la operación. Ovidio, ha más de dos mil años, nos decía que no debíamos sorprendernos de la actividad humana, a momentos majestuosa, a momentos aborrecible y destructiva, y, ello, ya en convergencia o divergencia a un desarrollo humano íntegro, personal y social. Por lo mismo la Ética debe estar presente, directa e indirectamente, ya en el conocer y alcanzar mediante los estudios y convivencia el fin propuesto, ya en el operar y desarrollar en el fin alcanzado los conocimientos adecuados. Lo anterior no debemos perderlo de vista jamás.
Sin entrar en el tema, hay también que señalar que la acción magisterial encuentra obstáculos si quienes desempeñan esta necesaria labor social no encuentran la comodidad de vida necesaria para así entregarse con mayor libertad de espíritu a la misma labor magisterial. Tenemos que estar conscientes de que aunarnos al cambio global implica también avanzar en un cambio económico, donde una actitud fabril debe quedar fuera del campo institucional y educativo. En la medida en que buscamos y vamos logrando la excelencia, deberá haber un cambio en vista a la realización conveniente de quienes ejercen el magisterio, pero no un magisterio reducido a un “modus vivendi” sino un magisterio como realización plena, personal y de los otros.
A grandes pasos hemos examinado las cuatro causas últimas de una realidad operativa, la humana, en vista de un fin específico. Una causa formal en los educandos; una final en la licencia o algo más por alcanzar; una eficiente referida especialmente al magisterio, y una causa material o instrumental en la curricula y, así, desde la filosofía brevemente hemos examinado la educación.
Cada una de estas causas es a la vez principio de acción, aún la última causa, cuya acción es la misma atracción que ejerce en las otras hacia ella como fin. En cuanto fin, está presente en todas las causas: atrae la formal, al alumno; atrae la eficiencia del magisterio; atrae la conveniente curricula y, así, se constituye en causa de todas las causas, aun cuando el fin específico no sea el fin final, o último motivo de atracción a la persona humana. Por ello la actividad causal, aun cuando recibe su eticidad desde el fin propio, en cuanto verdadero, bueno y bello, también está fundamentada en vistas a la existencia en el modo propio de existir de la substancia y, en cuanto personas, en vista de lo absoluto alcanzable en la medida de nuestra limitación y contingencia. El carácter ético de nuestra realización magisterial estará siempre compenetrado de la éticidad humana conforme a la apetencia propia a la verdad y a la felicidad, que quedarán truncas sin lo absoluto. Por tanto es la realización plena del ser, en nuestra realidad particular e irrepetible, dentro de la comunidad humana, lo que debe motivarnos como fin adecuado y, entonces, valorar en su justa medida aquello accidental y pasajero. Una parte de nuestra unidad personal, una pertenencia, no nos hace plenamente personas, sino que vamos siendo plenamente personas conforme a un desarrollo integral en la unidad. Siempre es posible, admitiéndonos en lo más, jamás en lo menos: desarrollarnos en cuanto personas a cada paso de nuestra vida. Valoremos lo que somos y nuestro grado de desarrollo; no nos detengamos en avanzar.
Hay que recordar que la acción de educar tiene su fundamento en el desarrollo desde la substancia viva a su misma perfección, pero no es sin la relación de existencia entre substancia y substancia. Tratándose de un sujeto voluntario, el ser humano, la educación, en vista al desarrollo propio de esta substancia, se da en la relación familiar, por lo cual los padres son los primeros educadores naturales y propios de la persona, que desde el inicio de su existencia posee dignidad en cuanto ser humano. Por ello toda educación a un fin específico, que mire a un aspecto de la existencia en el modo de ser y operar, tiene sus fundamentos en la educación humana, y este aspecto siempre estará presente en todo educación específica.
Quisiera terminar citando la última cita del opúsculo intitulado “La Persona”, que aparece junto a “Algunos fundamentos de la Ética”. Dice así: “Materia y Forma; Acto y Potencia; Esencia y Existencia, como unidad en sí, queda manifestada, pese a los diversos grados de existencia y, por lo mismo, de comunicación (relación) que se den en la finitud. En la capacidad, pueden, los seres “cerrados al mundo”, por su forma material o “instinto”, variar de lo menos pleno a lo más pleno de su ser-así. Pero repito, es el ser humano, el “ser abierto al mundo”, quien puede llegar a realizar acciones siempre mayores y más plenas; pues desconocemos el límite de nuestra finitud, sólo sabemos ser finitos”.
Gracias.
La globalización no es algo que hayamos descubierto ha veinte o treinta años: gracias al comercio que es inmemorial, especialmente al surgir la moneda, la globalización se fue dando en regiones admitidas como “todo lo existente”, pero que poco a poco, a través de los años, al descubrir los pueblos que aquello que creían el mundo era más amplio y, especialmente con el descubrimiento de don Cristóbal Colón y entender lo que era en realidad nuestro planeta, se fue dando y avanzando en medida al paso de los años. Con el aumento de población que ha sucedido en los últimos cien años, y el avance cada vez más rápido de la tecnología, la globalización, podemos decir, parece ser un asunto y un problema por resolver en nuestros días y, queramos que no, es un asunto al que debemos poner atención pues, en sí, arrastra una visión racionalista de “colonización”.
Por colonización no debemos entender aquella que sucedió entre el siglo V y el siglo I antes de Cristo, donde en un momento una parte de la población, en especial griega, partía a fundar una nueva colonia libre, un estado independiente y al mismo tiempo unido a la cultura madre; sino debemos entender la visión racionalista occidental donde las colonias eran una parte del cuerpo sujeto a la cabeza, de las cuales se extraía la riqueza a transformar y, donde los colonizadores reducían a los pueblos nativos a una esclavitud real o velada y, que en un momento hizo surgir movimientos de independencia. Por desgracia la globalización tiene dicho cariz: fuertes economías tecnológicas que encuentran mano de obra barata y mercado abierto a sus productos.- Lo anterior es un hecho que es difícil de negar pero ante el cual los diversos países menos fuertes tienen que tomar cartas en el asunto y, una de ellas es la mejor y más eficiente educación de sus habitantes para poco a poco, pese a los efectos de la globalización, lograr una independencia económica y que las políticas colonialistas presentes en la actual globalización, no alteren la indemendencia nacional y la identidad cultural.
Muchos inconscientemente se subyugan ante la globalización pretendiendo que la misma globalización altera la s identidades de los pueblos para formar un pueblo mundial, olvidándose de la misma realidad humana y de su mismo realidad, donde gracias a Dios cada persona conservando lo común humano muestra al mismo tiempo su identidad. La irrepetibilidad entre persona y persona se da entre grupo y grupo y entre nación y nación y, como dice el viejo adagio: en la variedad está el gusto.
Por ello el tema de la educación hoy ocupa un puesto especial entre los diversos condicionamientos que forman un país. Y es necesario examinar este asunto tan importante.
Por ello el tema de la educación hoy ocupa un puesto especial entre los diversos condicionamientos que forman un país. Y es necesario examinar este asunto tan importante.
En latín hay un verbo transitivo: “ducere”, conducir, que es la raíz de dos verbos contradictorios: “educere” y “seducere”; el primero conducir a buen lugar, conducir al crecimiento y a la libertad humana; y el segundo, más que conducir, dominar, reducir a vasallaje y, que en nuestro idioma tiene las características de “seducir”, “conducir al mal con engaño”. El problema, queramos o no, y especialmente en una educación impartida hoy por el Estado, o grupos religiosos, es si el objetivo de la educación se reduce a que el educando sea en su libertad un engranaje al servicio del Estado o de un grupo religioso, o si el individuo crezca como persona y desarrolle sus humanas capacidades en vistas a un crecimiento continuo y, así, si la educación, con todo el educar, lleva o no, directa o indirectamente, un seducir y, con ello no es plena educación.
Educar para detener los efectos indirectos de la globalización económica no sería en realidad un solo educar, sino, que directa o indirectamente conlleva o traspasar el temor a dichos efectos nada secundarios, o como ha sido en América y en gran parte de los países, un mantener cierta seguridad nacional al servicio del Estado. Parece que en la medida en que el ser humano crezca en cuanto ser humano, íntegramente, los efectos secundarios de la globalización serán detenidos, mientras que la necesaria especialización educativa en vistas a una competencia mercantil y a un bienestar común, serán aunados en la libertad de los diversos grupos o naciones. Pero por el momento dejemos este punto y adentrémonos en una filosofía de la educación.
La pregunta más importante es para qué educamos, y al mismo tiempo por qué educamos. Y la respuesta a estas preguntas es vital en toda educación.
La educación de la persona humana siempre es en vista de la misma persona humana en su natural desarrollo, que no es sólo corporal y sensible, sino que también es formal o espiritual, y en vista a la misma integridad de la persona. Este aspecto no debe perderse de vista en toda educación y, se inicia en la misma infancia, en una educación familiar, que con todo derecho es llamada “Educación Primaria”. Tras de ella, y sin menguarla, viene luego la educación escolar, luego la educación en vista a lo profesional en todos sus diversos grados. Por desgracia en un momento de nuestra historia, y gracias al positivismo a la mexicana, se dio a la inicial educación escolar el título de “Educación Primaria” y, con ello se creyó que la educación escolar era la primera educación que recibía una persona, error desde el cual muchos entuertos han sido levantados hasta el dogmatismo, especialmente cuando se trató de cambiar la idiosincracia del alumno en las escuelas. Ello ha dispuesto que muchos métodos educativos actualmente se reduzcan a la operatividad cívica y funcional económica, y se deje de tener presente la misma realidad humana, se nos deje de tener presente en cuanto personas. La formación integral de la persona así, queda reducida a los aspectos externos a la persona, a su comportamiento social y económico, creyendo que sus fundamentos en cuanto persona quedan sujetos a ello. En realidad aquella educación que forma incipientemente la personalidad es aquella educación primaria y familiar y, luchar por variarla sólo ha llevado a dos caminos, o el fracaso en el intento, o el desvirtuar la verdadera educación primaria dejando al educando al garete de su crecimiento y circunstancias. No debe sorprendernos que poco a poco, tras la educación escolar primera haya ido surgiendo un individualismo y una imitación que motivaron la corrupción a todos los niveles, quizá motivando la búsqueda de una personalidad cimentada en la posesión.
Así, la educación escolar cambió. Una queja que por más de treinta años he escuchado en maestros y maestras jubilados es que ahora ya no se educa, que no hay educación y, dicho no educar, que quizá vean en el sentido de la educación integral.
Agregado a ello, con los diversos cambios en la educación escolar, cerca de ocho experimentos que se sucedieron entre 1968 y 1990, la ética, como formación del carácter, fue reducida a la enseñanza de los valores, los que, de ser adecuados, están fundamentados en la existencia y en el modo particular de existencia, por tanto en los fundamentos de la misma humanidad, en otros casos serían adecuados a circunstancias operativas que pueden variar y desaparecen, algo que los axiólogos no han debidamente investigado. Las personas, con nuestras grandezas y asuntos degradantes continuamos generación tras generación siendo personas, mientras que las circunstancias como todo lo meramente material, estará continuamente en cambio.
Nosotros estamos en la educación profesional, misma que se inicia en la llamada “Preparatoria” o preámbulo a estudios que nos faculten a obtener una licencia.
Pensamos, en cierto grado, que los estudios dentro de una facultad deben estar en vista al ejercicio de una profesión, y en parte ello es cierto, pues preparamos a una excelencia profesional, pero muchas veces se nos olvida que la educación de la persona debe de mirar el aspecto integral de la persona y al desarrollo de la misma personalidad humana. Así, por más de veinte años fue eliminada la ética en los estudios profesionales, salvo aquellas facultades que en vista a una profesión específica en cierta medida la mantuvieron, a momentos sin estudios éticos, más bien repitiendo ciertos textos que parecían convenientes y, ello acorde no a la institución, sino a las personas que impartían el curso. No trato de enjuiciar y menos de condenar estos hechos, trato de que nos enfrentemos a la verdad, a la objetividad de los hechos. Muchas veces se me dice que quizá sea filósofo pero no soy político, en realidad creo que cuando se habla ante personas con capacidad probada, en la empresa de la educación, hay que partir de la verdad y tras objetivamente examinar los hechos, como se hace con un estado financiero, aceptarla o no aceptarla.
La misión de educar en vista a la persona integral, al mismo tiempo que en cuanto estudios profesionales nos lleva a tener presente el desarrollo excelente de las operaciones propias de dicha profesión, nos deben llevar a tener presente la educación de la persona, desde el inicio de dichos estudios hasta el término de los mismos. Por ello tenemos que volver al término “educar” que implica conducir, que implica acompañar conduciendo a jóvenes a su desarrollo integral como personas dentro de una profesión que poco a poco van haciendo suya. Y en dicha educación, no solamente tratar el curso o los cursos de ética, sino educar desde la misma realidad de maestros y en todo aquello que comporte la integridad personal y de los diversos grupos.
La educación humana no se limita, bajo ningún aspecto, a un curso, a un libro, por bueno que éste fuese, y lo digo como coautor del Libro de “Etica Profesional”, sino que es especialmente una educación en la interrelación misma, interrelación que se va dando en pasillos y aulas y que implica un orden correspondiente, orden que responde a una dirección y a una seguridad que conforman la comunidad, que evitan quede esta unidad facultativa fracturada en múltiples y aislados grupos. Ello no coarta la libertad personal, sino la complementa en cuanto libertad social, en vista al bien de la persona, de la unidad comunitaria y de la actividad posterior en la vida profesional, colaborando también en todo aquello que respecta a la vida humana, familiar, de amistad, social, cívica y económica. Formamos profesionistas sin olvidar que fundamentalmente son personas, y personas dentro de una sociedad.
Agregado a ello, con los diversos cambios en la educación escolar, cerca de ocho experimentos que se sucedieron entre 1968 y 1990, la ética, como formación del carácter, fue reducida a la enseñanza de los valores, los que, de ser adecuados, están fundamentados en la existencia y en el modo particular de existencia, por tanto en los fundamentos de la misma humanidad, en otros casos serían adecuados a circunstancias operativas que pueden variar y desaparecen, algo que los axiólogos no han debidamente investigado. Las personas, con nuestras grandezas y asuntos degradantes continuamos generación tras generación siendo personas, mientras que las circunstancias como todo lo meramente material, estará continuamente en cambio.
Nosotros estamos en la educación profesional, misma que se inicia en la llamada “Preparatoria” o preámbulo a estudios que nos faculten a obtener una licencia.
Pensamos, en cierto grado, que los estudios dentro de una facultad deben estar en vista al ejercicio de una profesión, y en parte ello es cierto, pues preparamos a una excelencia profesional, pero muchas veces se nos olvida que la educación de la persona debe de mirar el aspecto integral de la persona y al desarrollo de la misma personalidad humana. Así, por más de veinte años fue eliminada la ética en los estudios profesionales, salvo aquellas facultades que en vista a una profesión específica en cierta medida la mantuvieron, a momentos sin estudios éticos, más bien repitiendo ciertos textos que parecían convenientes y, ello acorde no a la institución, sino a las personas que impartían el curso. No trato de enjuiciar y menos de condenar estos hechos, trato de que nos enfrentemos a la verdad, a la objetividad de los hechos. Muchas veces se me dice que quizá sea filósofo pero no soy político, en realidad creo que cuando se habla ante personas con capacidad probada, en la empresa de la educación, hay que partir de la verdad y tras objetivamente examinar los hechos, como se hace con un estado financiero, aceptarla o no aceptarla.
La misión de educar en vista a la persona integral, al mismo tiempo que en cuanto estudios profesionales nos lleva a tener presente el desarrollo excelente de las operaciones propias de dicha profesión, nos deben llevar a tener presente la educación de la persona, desde el inicio de dichos estudios hasta el término de los mismos. Por ello tenemos que volver al término “educar” que implica conducir, que implica acompañar conduciendo a jóvenes a su desarrollo integral como personas dentro de una profesión que poco a poco van haciendo suya. Y en dicha educación, no solamente tratar el curso o los cursos de ética, sino educar desde la misma realidad de maestros y en todo aquello que comporte la integridad personal y de los diversos grupos.
La educación humana no se limita, bajo ningún aspecto, a un curso, a un libro, por bueno que éste fuese, y lo digo como coautor del Libro de “Etica Profesional”, sino que es especialmente una educación en la interrelación misma, interrelación que se va dando en pasillos y aulas y que implica un orden correspondiente, orden que responde a una dirección y a una seguridad que conforman la comunidad, que evitan quede esta unidad facultativa fracturada en múltiples y aislados grupos. Ello no coarta la libertad personal, sino la complementa en cuanto libertad social, en vista al bien de la persona, de la unidad comunitaria y de la actividad posterior en la vida profesional, colaborando también en todo aquello que respecta a la vida humana, familiar, de amistad, social, cívica y económica. Formamos profesionistas sin olvidar que fundamentalmente son personas, y personas dentro de una sociedad.
*